Cuentos del Cabo Hueso (V). El extraño suceso

Los más jóvenes no lo sabéis, pero este es un país donde se pasó hambre. Y muchos de nosotros la llevamos en el código genético arrastrada de varias generaciones. Estos relatos del Cabo Hueso, genial cantero fallecido hace dos años, describen una realidad que espero que nunca se repita. Por desgracia no son inventados.

El extraño suceso.

El cantero descansa en la placita la tarde de domingo, a la sombra protectora de un sol de justicia de agosto, que cae a plomo sobre el granito. A quemarropa. Con casi tanta violencia como el hambre.

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El grupo de hombres sestea en los soportales de la placita de Ventas. En aire es denso, lento. Se diría que ralentiza el tiempo. Solo se oyen chicharras y un zumbido de fondo que surge con el calor y nadie nunca supo de dónde venía. Las calles están desiertas a esa hora. No hay nada que hacer que no sea trabajo, claro. Todo lo demás cuesta demasiado caro. Hay que ahorrar para hijos y nietos. Para los que leéis esto. Quizás de eso habla el zumbido, la banda sonora de aquellas vidas.

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El cantero se apaña la chaqueta para que le quede mejor, intentando acomodar los brazos en un gesto que uno de los hombres asegura que vio en el cine a Bogard. Esa faena resulta imposible con la única raída chaqueta. Imposible para ese menester unas manos llenas de callos y de heridas de trabajar con piedra vida. Unos brazos que pelean a diario con granito son difíciles de acomodar en formas de galanes. El cantero tiene menos de 20 años, pero hace mucho que es un hombre. A los trece marchó a trabajar en la piedra a ese pueblo, que era pujante. Se marchó porque los hombres grandes con los que trabajaba antes (alguno escasamente pasaba los veinte), le trataban mal en el trabajo, pese a que rendía a su mismo nivel. Le daban las sobras de su comida. Era aprendiz y casi no cobraba, pero consideraba que lo de la comida no estaba bien. Por eso se fue a Ventas. Y precisamente por venir de familia de canteros y saber bien el oficio, tuvo inicialmente problemas para encontrar faena en un pueblo del gremio. Porque las rivalidades son excluyentes y envidiosas. O eres de Marcial Lalanda o de Domingo Ortega, a ver si alguno se va a molestar. Pero por fortuna sus manos y sus obras hablaban por él, y aquello pasó a la historia. Ya era uno más, respetado, qué remedio. Podía permitirse hasta descansar el domingo por la tarde a la hora de la siesta.

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Aquella tarde sucedió el acontecimiento. De repente vieron pasar un hombre corriendo. Y al poco, un grupo de hombres corriendo detrás de él. No era para pensar. Por supuesto, el cantero y el resto de los de la plaza salieron corriendo detrás del pelotón perseguidor. Algo gordo pasaba.

Sesenta años después todavía recordaba aquel día donde sucedió ese acontecimiento extraordinario. Y le repite a su hijo la misma respuesta cuando alude al tema:

– Pero bueno, ¿Al final qué pasó?

Nada, hijo, que el hombre se paró…

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Publicado por docgracia

Investigador, ciclista y escritor...

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