Llama la atención por ser razonablemente joven para ser monja, vista la media de edad de sus compañeras. Como todas, tiene la tez blanca y un carácter serio y educado, con una voz con leves matices cantarinos que delatan su origen de ultramar. Se levanta a las 5 de la mañana para desarrollar, rezos aparte, una enorme e infatigable labor durante la larguísima jornada. Es de destacar el entusiasmo con el que aborda cada tarea, el ánimo -casi se diría felicidad-, con la que supera el cansancio sin siquiera poner una mala cara.

En estos tiempos que corren choca la sencillez de su carácter, la forma en la que ayuda a las personas que cuida. Pero sobre todo la forma en la que afronta cada momento, riendo como una niña ante anécdotas simples, ocurrencias cotidianas. Muchos modernos pensarán que es desperdiciar la vida, pero posiblemente los que piensan eso nunca encuentren el sentido de la suya, ni encuentren la felicidad en la aceptación o en la contemplación de lo importante, que es lo más simple. Misticismo, religiosidad, trascendencia y humildad son palabras demasiado grandes para calzarlas hoy en día. Así nos va. Sin referentes morales.
Seguro que echa de menos a su familia, demasiado lejos y con un océano de por medio. Pobre en términos de allá, que hasta para ser pobre hay sitios con mala suerte. Supongo que en algún momento se ha planteado si la elección fue la correcta, si mereció la pena sobre todo por sus padres. Pero tomó una decisión, asumió un compromiso y nunca os confundan sus formas amables: jamás faltará a su palabra.

Y la miro y pienso que seguimos teniendo la mejor infantería del mundo. Que es esa clase de personas las que aguantan sobre sus cansadas espaldas un mundo de mentira, que se tambalea en un tente-mientras-cobro universal. Que el día que alguno de estos pilares se venza va a caer todo como una hilera de fichas de dominó. Me doy cuenta que estos luchadores son los que valen la pena porque son los que no se rinden nunca. Pertenecen a una fiel infantería mal pagada, zarrapastrosa, hambrienta, mal equipada e indisciplinada en todo y con todos salvo cuando importa: en el momento de la verdad. Entonces se comporta como un solo hombre de honor, como dijo Napoleón. Con una saña, una autodisciplina y una profesionalidad combatiendo codo con codo que no fue fácil de volver a ver en la historia. Estos son hoy personas como ella, policías, enfermeros, bomberos, profesores o barrenderos que no se abandonan a la corriente y se levantan cada día para complicarse la vida y no mirar para otro lado cuando pintan bastos. Una y otra vez. Uno y otro día, frente a la corriente en contra. A veces ni siquiera por mejorarse ellos mismos, sino que hacen actos heroicos por vergüenza de no dejar en la estacada a sus compañeros. Como aquel soldado cuyo cadáver fue encontrado en su puesto cuando la erupción del Vesubio: no fue relevado y se mantuvo en su posición así viniera el infierno a buscarlo. Por eso fuimos invencibles y lo seguiremos siendo, porque esto no se puede comprar con sucio dinero.

La monja ha intentado tres veces conectar la tarjeta y los cables de un teléfono para que una anciana pueda hablar con su familia. Lleva un buen rato intentándolo, pese a que se le acumula trabajo por otro sitio. Es de la generación analógica y no se le dan bien esas cosas, pero al final se da cuenta que el cable de alimentación de la base no estaba conectado. Consigue solucionar el problema riéndose de sí misma por lo poco hábil que es manejando los teléfonos modernos, pero sabía era solo cuestión de probar las veces que hiciera falta. El tiempo que hiciera falta. Pardiez, no sabemos la suerte que tenemos de tener aún este tipo de personas.
