El otro día me comentaba un compañero que estamos en una situación histórica desafortunada. Apuntaba que en este país va a suceder por primera vez que nuestros hijos van a vivir peor que nosotros. Y la razón no es sólo debida al enorme pufo de deuda que les vamos a dejar, no. A fin de cuentas, el dinero se resuelve con dinero, esa cosa que va y viene caprichosamente y que como decía el amigo de Alatriste, que cualquier necio confunde valor con precio. El problema es que la siguiente generación, pese a tener todo a su alcance -cosas que sus padres no soñaban y que sus abuelos ni podían siquiera entender-, no tiene la voluntad ni las ganas de quererlo. Piel fina, blanditos, muy blanditos. Hablaba de sobreprotección en el grado máximo, de la que te imposibilita para las cosas importantes de la vida. Esas cosas claritas para los de antes, por las que sudaron nuestros padres y por las que nuestras abuelas se reventaron literalmente sus enormes ovarios de granito. Pues no. Dame móvil con 5G o te denuncio, y así todo. Y esa actitud es fantástica para capear el temporal que nos viene encima, ya te digo.

Andaba refunfuñando, hecho inaudito en mí (modo sarcasmo on, para los despistados), cuando casi por inmersión asisto al acto de graduación de los alumnos de la Facultad de Ciencias y Tecnologías Químicas del curso académico 19/20. No la del 20/21, que se celebra en breve, sino la que se tenía que haber celebrado hace un año y se canceló por razones obvias.
Fue emotiva, muy emotiva. Implicó el reestreno del paraninfo de la universidad para este tipo de actos, cumpliendo con todas las medidas de seguridad pertinentes. Con menos aforo. Había algo de miedo, de respeto escénico. De sensación extraña por lo que acontece un poco fuera de tiempo, como un amor tardío. Pero esas sensaciones pasaron, al igual que los malos tragos en su momento. Porque allí estaban ellos. En los que no había reparado porque los tenía delante, como cuando dices que los árboles te impiden ver el bosque. Bueno, el año pasado nos vimos al otro lado de la pantalla y gracias; porque no perdimos NI UNA hora de clase al decretarse el confinamiento un viernes y empezar en modo online un lunes. Me refiero a los alumnos. Allí estaban ellos.

Y me di cuenta de la clase de personas y de profesionales que estamos formado. Mejor dicho, de los compañeros ya que hemos formado. Del respeto, de los valores que les hemos inculcado los profesores y sobre todo los padres. De la ilusión y las ganas de comerse al mundo que tienen, como debe ser, pese a que les digan que esto va a ser difícil. Caigo en la cuenta de que la generación siguiente de la que hablaba antes la forman ellos, entre otros. Y que de ellos me siento absolutamente orgulloso. Eligen como madrina a una profesora, Elena Villaseñor, a alguien de los míos, en el sentido más amplio, porque aparte de profesora es amiga. Compañera de promoción. De una promoción de la que sentirse orgulloso de la que ya hablé aquí. Del grupo de amigos que afrontamos hace tiempo el mismo reto de estudiar fuera de casa que acaban de culminar ellos. Y eso es bueno, porque significa que el relevo se ha producido y que, al contrario de lo que pensaba al principio, los valores prevalecen y las sucesivas hornadas (futuros profesores y profesionales), van mejorando.

Elena pronuncia su discurso de madrina. Un discurso sencillo, sin pretensiones de lucimiento. Desde el corazón. Como profesora, madre, compañera, antigua estudiante o confidente. Da unos consejos, unas indicaciones o reflexiones simples, pero que encierran TODO a lo que se puede aspirar en la vida. Todo el legado que uno carga sobre sus espaldas en lo afectivo y en lo profesional. Por eso es el mejor discurso que he escuchado jamás, y llevo unos cuantos, creedme. Porque brilla sin pretenderlo, porque resuena en nuestras cabezas pese a pronunciarse en voz queda, casi un susurro. Un testimonio que hace que el Rector raje delante de nosotros el texto que tenía preparado, e improvise las palabras que le dicta el corazón en ese momento, porque no puede ser de otra forma. Ese es el camino. Estamos orgulloso de ti, Elena.

Las miradas vidriosas de padres, abuelos y compañeros bendicen la ceremonia. Felicidad por pertenecer a una tierra manchega y a una Universidad que asocian valores y progreso. Por eso caigo en la cuenta de que estaba equivocado cuando refunfuñaba al principio sobre la próxima generación. Ya está aquí y en casos como este es mejor que la anterior. Lo que ocurre es que, si a nivel general no se tiene esa impresión, si lo que vemos en la televisión o en nuestro día a día no nos lo confirma, a lo mejor es porque simplemente no les hemos dado la posibilidad que merecen estos nuevos profesionales. Quizás es el momento de renovar a la gente que usurpa el puesto que ellos debían ocupar desde ya. Puede que el mundo no mejore simplemente porque no les damos su oportunidad.

He caminado por la Plaza de Santa Ana en Madrid y aledaños, esta tarde ya anocheciendo. Alegre y desmesurada la población juvenil con toques de Star Wars y sus exóticos intergalácticos. Sexos indiferenciados, drag queens enormes y revuelo de copas. Todo juerga y olvido. Carteleras anunciando espectáculos a la moda, que es lo que se lleva, claro. Cazados al bies comentarios insulsos y agenda para quedadas y pillar algo. Tono de ir sobrado. Y en el océano un náufrago que msñana irá al despacho y esta tarde ha asistido en la biblioteca de Argo a la presentación de un libro amigo. Bien por tu optimismo y esos compañeros entusiastas profesores y alumnos. Los esperamos.
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