Esta es en realidad una carta de disculpa por mi posible comportamiento dentro de unos años, a este paso no muchos. Mis antecedentes familiares barruntan tormenta: bisabuela loca (de atar, literalmente), abuelo con demencia senil y madre con demencia senil. La rueda gira. No es una muerte gloriosa frente a un muro de bayonetas o mi deseado accidente ciclista pasados los 90 años volviendo borracho (no copiéis el ejemplo por favor, es la edad) de una comida. Sobre todo cuando la culpa no es tuya y es que se te ha cruzado un jabalí cuando tomabas la curva a más de setenta por hora. Eso tiene pinta de que no va a ser así de glorioso, pero…
Vislumbro una época de mi vida un poco divertida para mí, pero en la que os puedo resultar un poco plasta. Por eso os pido disculpas desde ahora. Dentro de unos años veréis un (más) viejo que os da la tabarra y no os suelta hablándoos de la bici que se va a comprar o de las cubiertas que se acaba de pedir. De teorías sobre entrenamiento con potenciómetro y la linealidad en la frenada de los seguro obsoletos frenos de disco. Que quiere quedar con vosotros para salir a entrenar, siempre que me esperéis, claro. Asegurando que conoce las mejores rutas y los mejores sitios para desayunar, aunque el problema es que esos sitios ya no estén abiertos. O que ese señor que soy yo dentro de unos años no pueda montar en bicicleta, o ni siquiera andar. Tampoco me toméis en cuenta si me encontráis husmeando con la chorra al aire, es lo que tiene la genética en sus diferentes grados.

Lo que sucede es que mi mente no estará del todo en la realidad del futuro. Se habrá estancado en un tiempo pasado, que resulta que es este presente. Ahora. Un tiempo en que pertenecía a un grupo de amigos que salía a montar en bici. A la Peña Ciclista el Prado.

Gente de todas las clases y colores que no tenían diferencias disfrazados de ciclista, salvo las que impone la cruda realidad de la carretera, que nos iguala a todos. Unos tiempos en los que salías con los amigos, hacías el tonto. Volvías reventado a veces y te tomabas cervezas y tapas jodiendo el plan dietético que habías contratado en la Quebrantahuesos, pero daba igual, porque era lo que tocaba.


Una época en la que soñabas con rutas de cientos de kilómetros a la costa en busca de El Dorado, que en algunos ambientes ciclistas se llamaba “Cocoloko”. Días muy largos que comenzaban con madrugones y viajes en furgonetas con olor a palmeras y a cochura.

Barritas energéticas consistentes en jamón y un par de huevos fritos regados con vino de pitarra. Brócoli sospechosamente cárnico en Valenzuela. Tentempiés a base jamón recién cortado, de rosquillos y café con leche condensada que jodieron la dieta de alguno. La vida misma.

Estabas en todas las tontás, a la última de las cosas para la bici y por supuesto de los complementos en equipación. Todo eso quizás habrá desaparecido cuando os cuente batallitas del pasado que a vosotros o a vuestros hijos ya no os interesen. Pero es que la mente es caprichosa, y yo seguiré viviendo en esta época.

En una época en la que salía con amigos, en la que disfrutábamos con la bici. Aprendías de enciclopedias vivientes de ciclismo que salían a tu lado. En las que salíamos de domingo a domingo y contábamos los minutos para volver a vernos. En la que no faltábamos ninguno. Ni había enfermedades, en la que éramos jóvenes o lo parecíamos. No me toméis en cuenta, repito. Era una época en la que fui feliz.

Llegado el caso, que te quiten lo bailao. ¿Cuántos hay que no han bailao nunca? Yo creo que tú serás un ser lúcido (y de luz) hasta el final de tus días, igualico que ahora.
Me gustaMe gusta