Historia de un triciclo

Esta es la historia de un triciclo, de una cuesta y de una forma de entender la vida. En concreto una que se identifica con el ciclismo. Porque esta es una historia de ciclistas.

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Durante mucho tiempo, en la salida de Valenzuela hacia Granátula de Calatrava, justo al final de la primera subida, podías encontrar en el arcén un viejo triciclo de plástico. Este estaba inservible, viejo y descolorido por el sol. Pero era un símbolo de buenos tiempos pasados. El desvencijado artilugio siempre estaba allí, al final de la cuesta. Los ciclistas lo asociábamos a una alegría, porque cuando alcanzabas a verlo significaba que habías acabado la subida. Al menos otro día la habías podido con ella. Del uso frecuente como referencia llegó a alcanzar popularidad y respeto entre viandantes y ciclistas que, por supuesto, bautizaron aquella modesta subida como la cuesta del triciclo.

Y fue famoso y respetado, puesto que como todas las tradiciones que se propagan boca a boca, el viejo juguete era perdonado por limpiadores de cunetas, mimado por ciclistas o viandantes en general y por gamberros en particular. Tal es así que se empezó a colocar derecho cuando el viento lo vencía contra el arcén, o se le excavó una pequeña hornacina en la tierra para que estuviera protegido del agua. Hasta un amigo le fabricó un cartel de madera en el que quedó definitivamente escrito el topónimo por el que era conocido.

El triciclo en su emplazamiento

Pero como todas las cosas que alcanzan notoriedad empezó a sufrir envidia y celos. Un día alguien tiro el cartel al suelo. Sin embargo, como los ciclistas somos pacientes y constantes, mi amigo se llevó en la bici un pesado martillo para clavar el astil más de veinte centímetros en la tierra. La solución duró un tiempo hasta que volvió a aparecer en el suelo. Entonces no hubo más remedio que ir en coche al sitio con esportilla y herramientas para hacer un buen cepellón de cemento, como Dios manda. Durante un tiempo funcionó la solución, pero poco después el triciclo desapareció de su sitio.

Parece una tontería, pero nos dio pena a muchos que le habíamos cogido cariño, y lo echábamos en falta cada vez que coronábamos aquella pequeña cima. ¿Qué mal podía haber hecho el juguete para tratarlo así, entreteniendo a niños cuando sus colores brillaban y alegrando la vista a deportistas y viejos ciclistas en su postrera vida? Aquellos para los que se había convertido en un símbolo.

El espíritu de los viejos ciclistas

Pues esta historia no acaba aquí, porque os he dicho que era un símbolo, y estos son eternos. Esta semana mi amigo, el del cartel, me mandó una foto sonriente con otro triciclo viejo que había aparecido en el emplazamiento exacto del anterior. Quién sabe si un regalo de algún pequeño que acababa de cambiar triciclo por bici con ruedines, o algún milagro menor de un santo de los de infantería, de los gregarios del santoral, de los que conocen lo que va esto de hacer de aguador para que otros brillen. De los que te ofrecen su rueda y te dan un empujón con sus últimas energías antes de caer desfallecidos. Los que te dan la última barrita que tenían reservada o los que te regalan esa bici que acabaron de colgar por el placer de que ella siga corriendo, aunque tú no puedas. De los que saben que la vida es como aquella cuesta, que empieza y acaba con las tres ruedas. En definitiva, de aquellos que no se rinden nunca.

La sorpresa (quizás no inesperada)
Una historia de ciclistas
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Publicado por docgracia

Investigador, ciclista y escritor...

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