Sotero Marín: Un Legado Cultural

Hace unos años hablaba aquí sobre bibliotecas, en particular sobre una viviente que se llamaba Sotero Marín, un paisano vecino y amigo de noventa y tantos años, escritor de coplillas, poesías sobre tiempos pasados e historias tan fantásticas que parecen inventadas. Falleció hace dos días, y no sé si seremos ser capaces de darnos cuenta de que esta pérdida será equivalente al incendio de una biblioteca, en los tiempos en que no se guardaban copias digitales de los incunables que atesoraba.

Quemar libros, olvidar a los sabios, es repetir errores

Sotero quería ser recordado como “un gañán que vino a trabajar”. Y literalmente tuvo ocasión de reventarse en el intento, con la labor infinita de transformar una España en ruinas en un país del primer mundo. El hecho de que ahora estemos haciendo lo contrario da para pensar, pero es otra historia. Aunque, usando sus propias palabras agradeciendo la gestión del puente del paseo de los cipreses del cementerio, (el que cruzó ayer por última vez), hay que decir: “Perdonen a quien ofenda, las cosas son así”.

Sembrando el futuro, con las uñas si hace falta

Es difícil hacer entender lo que valoraba a Sotero, más allá de en su papel como vecino o padre de amigo de la infancia. Es impagable tener a una persona que lleva a tu abuelo al campo, cuando sabes que es lo que más le gusta, y le cuida a ciertas edades. Es por lo que era, por su inteligencia natural y por su legado, especialmente cultural, que no debemos perder.

Sotero fue gañán, empezó tarde a escribir, pero transmite fielmente historias que son nuestro pasado y pueden ser nuestro presente si nos descuidamos con la IA. Su escuela de la niñez fue su abuelo, quien le enseñó a escribir en un cuaderno que se llamaba “Rayas”. A los 18 fue a la escuela nocturna para saber escribir una carta, y aprendió con tanta avidez que hizo escritos que han merecido premios provinciales. Son no digitales, escritos con esfuerzo y buena letra, sin salirse del liño. Con la convicción de que sólo se debe relatar aquello que merezca la pena contarse, toda una lección de humildad hoy en día.

Tiempos pasados

Sus historias están llenas de olores, de soles cegadores, de tardes interminables, de amigos, de tiempos de solaz. Bodas en segundas nupcias con cencerradas y modestos convites de chocolate con tortas. Toques a tránsito y hombres contratados para llorar en los entierros de primera, los “llorones”. Niños que trabajaban a muy temprana edad surfeando de sol a sol en las eras, los “trillaores”. Gachas de harina de guijas para el almuerzo. Compartir leche rosácea y salada con la camada de una perrilla. Segadores armados de hoces de La Solana. Partos en la propia casa ayudados por abuelas, vecinas o comadronas. Herradores, modistas, trabajos que se heredaban de padres a hijos con el afán de hacer las cosas como Dios manda, porque se hacían para siempre. Casas con un amplio espacio trasero para el corral, dedicado a la cría de gallinas, conejos y cerdos. Jamones salados en montañas blancas. En los primeros fríos del invierno, mejor si hiela, la fiesta de matanza donde se comían migas con torreznos después que el veterinario analizara la “chichota”. Igualas pagadas para un número de servicios de afeitados porque no había maquinillas eléctricas… En definitiva, los escritos están llenos de vida, de una verdad que estamos olvidando con la virtualización digital. Sotero pertenecía a la estirpe de los elegidos que contaban las historias al calor del fuego, aquellas en las que se transmitía el conocimiento de forma oral desde el principio de los tiempos. Las que nos permitieron crecer como especie. Y continuó escribiendo pasados los 90 con un juicio tolerante pero fino, cabal y lúcido, una mirada inteligente e irónica como pocas.

Su libro recopilatorio, Vivencias de un Gañán

Constituyan estas palabras, en parte suyas, un homenaje a una de las grandes referencias culturales que he tenido, a uno de mis superhéroes. De él conservo enseñanzas, escritos y además una higuera y una oliva, seleccionados con su ojo experto, para que sigas dando cosas después de no estar. Pidió que le echaran en la caja la garrota y las botas de campo, por si hay que caminar ligero, nunca se sabe.

Una buena oliva

Yo creo que hay que ser justos y honestos para reconocer a los grandes. Sería justo dedicarte algún hito en una plaza, o el nombre de una calle; pero hay algo que sería mucho más cabal. Creo que deberíamos poner su nombre a una biblioteca o a una sala de una biblioteca. No podemos permitirnos perder una oportunidad como esta. Y he de reconocer que esto es por egoísmo, porque los que saldríamos ganando seríamos nosotros al recordarte y tenerte como referente; señor don, Sotero Marín.

Biblioteca Sotero Marín??

Publicado por docgracia

Investigador, ciclista y escritor...

Un comentario en “Sotero Marín: Un Legado Cultural

  1. Hola Ignacio, vecino de infancia y adolescencia, y amigo fiel de mi hermano, no puedo sino agredecerte tus palabras que con la agudeza y la fina ironía que también destilaban los escritos de Sotero has vertido aquí en su nombre.

    Muchas gracias Ignacio, recibe un fuerte abrazo.

    Carmelo Marín

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