Me propone José Luis que escriba sobre John Wayne y miro alrededor receloso, buscando dónde está la trampa. Como el gato resabiado al que le das la mejor sardina, nunca se la comerá a la primera, sospechando que es un cebo. Por eso solo hablaré de refilón, sobre algo políticamente incorrecto. Decía el Duque que él era responsable de sus palabras, no de cómo otros las interpretaran. Y precisamente esa virtud a la hora de malinterpretar —quizá conozcan algún caso en España, por raro que parezca—, llevó al director de cine ruso Sergei Gerasimov a difamar al actor una noche de borrachera de vodka con Joseph Stalin. El dictador ordenó el asesinato de John Wayne, aunque por suerte los agentes enviados a los estudios de grabación Warner fueron detenidos a tiempo. La orden de Stalin fue cancelada en 1953 por Kruschev, pero qué quieren que les diga, un actor al que ordena matar el hombre más poderoso del mundo sería un extraordinario compañero para compartir un trago. O dos.
De estos cada vez quedan menos. Recuerdo al malo de la película el Halcón Maltés echarle whisky a Bogart en un gran vaso de tubo mientras el pequeño actor le miraba fijamente a los ojos, no al vaso. Cuando el líquido estaba a punto de desbordar, el malo sonríe enseñando un colmillo y le dice con aprobación: “me gusta la gente que no dice basta”. Se había ganado su respeto. No me malinterpreten, por favor. No estoy haciendo apología del alcoholismo, ni de sus devastadoras consecuencias. Tan solo escribo sobre la libertad de elegir a las personas con las que decides minar tu salud regalándoles lo más valioso que posees: tu tiempo.
A la cabeza de esta incómoda lista de grandes bebedores está Chavela Vargas. Cuenta la leyenda que fue la única persona capaz de tumbar a Hemingway bebiendo tequila. En una entrevista le preguntaron si era verdad que había disparado al público en un concierto. Yo la escuché responder coqueta al entrevistador: “Eso no es cierto. El revolver sí lo saqué de debajo del poncho y apunté, pero no lo llegue a disparar”.
El caso de su amigo Hemingway es especial. Cuando ya retirado en Finca Vigía, su casa en la Habana, al enterarse del avistamiento de un submarino alemán en la bahía cercana, instaló una pieza de artillería ligera en la proa de su pequeño barco y salió a cazarlo. Previo aprovisionamiento de comida para una semana y bebida para dos. Tuvo que regresar a los tres días porque se había acabado la bebida. Qué pena.
Ya no queda espacio para la redención. Solo para la blanda corrección. No como cuando un técnico de iluminación que trabajaba para John Ford insultó al director de cine, en evidente estado de embriaguez. Fue despedido fulminantemente por uno de sus subordinados. Al día siguiente, cuando Ford se percató de su ausencia y le informaron de su despido preguntó: “¿Sólo por estar borracho?” Mandó una limusina para traerlo de vuelta al trabajo. También se ganó su respeto, y siguió trabajando de forma eficiente a sus órdenes durante los mejores rodajes de su vida.
Decía Quevedo por boca de Arturo Perez-Reverte que las amistades se nutren de rondas de vino, estocadas hombro con hombro y silencios compartidos. Hoy quizás hemos perdido las tres cosas. Ni sabemos beber ni elegir cuidadosamente con los que bebemos. Y mucho menos a quien elegimos para tener a nuestra espalda peleando cuando estamos rodeados. Ya no luchamos sin esperanza de ganar, solo nos abandonamos a la corriente, camuflados dentro del manso rebaño. Ya no compartimos silencios, cuando las palabras simplemente sobran. Solo criticamos a los viejos que callan y a veces beben más de la cuenta. Porque nuestros abuelos no callan por ignorantes, sino por sabios. Porque a veces lo único que importa es estar. Porque las palabras se las lleva el viento, pero tener a un amigo compartiendo un trago en silencio a tu lado es oro. O dos tragos. Porque quizás sea mejor que no hablen aquellos que saben mantener la mirada al mundo, a su infinita miseria. Aquellos por los que este endeble tenderete todavía aguanta firme, apoyado en sus espaldas. Locos cuya osadía hace avanzar el mundo, los que hacen sendero al caer. Los que no dicen nunca basta, aunque les cueste la vida. Respetad su silencio y permitidme que a la próxima invite yo.