La maleta de Irene Villa

Al hilo de algunas noticias recientes relacionadas con el entorno de episodios que acabaron con tiros en la nuca –o mejor dicho, el papel de celofán con el que se envuelven-, me gustaría recuperar una reseña que publiqué sobre una persona que nos puede aportar algo sensato en este despropósito actual. Es una persona que puede hablar en primera persona sobre ese asunto, y vaya si es un ejemplo en muchos sentidos para todos. Se llama Irene Villa, me la crucé en la estación del AVE y publiqué el artículo que os incluyo a continuación. Tuvo el detalle de responderme agradeciéndomelo vía Twitter, y es la seguidora de la que me siento más orgulloso, si os soy franco. Ella es un ejemplo para esta sociedad y por desgracia yo no soy tan noble como ella. A veces me llevan los demonios y es por eso que escribo estas palabras para exorcizarlos. Ojalá tuviéramos más personas como ella en todos los estamentos de la sociedad (cuanto más altos los estamentos, mejor). Cuánto nos hace falta.

El pasado viernes, esperando a un tribunal de una tesis doctoral, puede ver a Irene Villa en la estación del AVE de Ciudad Real. Supongo que venía desde Almagro, donde había sido invitada a contar su historia de superación en el I Foro de Mujeres Cooperativistas de Castilla-La Mancha (esto lo supe por la prensa días después). Se despedía de dos acompañantes e iba a pasar al control de acceso. Crucé con ella una mirada un poco más larga de lo habitual, la que dedicas a alguien que te resulta familiar pero no estás seguro o no acabas de reconocer del todo. Esto es muy usual en una ciudad-pueblo tan pequeña como esta, en la que todas las caras te acaban sonando y es francamente difícil ubicar un cruce rápido de miradas; especialmente si has estudiado, vivido y dado clase muchas décadas aquí. Porque muchas caras han podido ser transeúntes de la plaza jugando al deporte de la capitalilla de “ver y dejarse ver”, compañeros de estudios en la biblioteca de la Uni, de actividades deportivas, colegas lejanas de barra, compañeras de residencia o hasta alumnas ya hace mucho. A esto sumen mi despiste habitual y un poco de miopía, un desastre.

Pero la extraña familiaridad de esa cara sabes que es demasiado cercana. De la que tienes en tu memoria permanente. Y tres segundos más tarde efectivamente la reconoces porque forma parte de tu historia, de hecho es la historia de tu país. Es Irene Villa.

Os voy a describir las emociones que me evocó sin filtro alguno. Lo primero que ves antes de que la reconozcas es que es una mujer guapa. Que te mira con calma y seguridad, incluso con algo de cercanía familiar, lo que te hace suponer que la conoces. Va vestida con ropa cómoda, como corresponde a quien emprende una jornada de viaje, o a una persona práctica por encima de todo. Lleva una muleta y deduces por los movimientos al caminar que  debajo de un pantalón deportivo muy chulo lleva dos prótesis. En ese momento caes en la cuenta y se mezclan dos emociones a la vez, ternura y admiración. Sigues observando sin pretender incomodar.

Está cansada, pero no se queja, creo que es un hábito de su vida. El último saludo a los acompañantes y se pone en la cola con un trolley gris. Cuando se apoya en la muleta y oscila parece más cansada. El guardia de seguridad le indica que pase la maleta por la cinta. Está de espaldas a mí, pero creo haber detectado por su gesto una milésima de segundo de decepción. Cuando se inclina para meter la maleta se desequilibra un poco y se me para el corazón. Puede ser sólo mi percepción porque ya no soy objetivo, soy egoísta porque esa mujer es una parte de mí como lo es de todos. Súbitamente empiezo a sentir lo que debe ser padre en cuando a sufrir dolor en un cuerpo ajeno. Recupera el equilibrio (posiblemente no lo perdió nunca), sigue su camino y la dejo de ver. En ese momento solo pienso en darle una colleja al guardia de seguridad por no haberla dejado avanzar sin necesidad de haber pasado la maleta y cuadrarse como es debido, ya de paso. Creo que no es precisamente sospechosa de que lleve una bomba en la maleta. Todos, absolutamente todos, sabemos que no le gustan las bombas.

Sé que el de seguridad está haciendo su trabajo, pero precisamente muchas normas están para ser saltadas en ocasiones. Esa es la grandeza de las grandes ocasiones y de las grandes personas. Pero después de desquiciarme, reflexionando un poco niego con la cabeza y creo que está bien así, porque la ha tratado como a una persona más. Hace mucho que ella pasó página, desde aquel triste día cuando tenía doce años. De otra forma no se puede ser psicóloga, periodista, medallista, escritora o madre. Que hay que aceptar las malas bazas de la vida, sobre todo cuando implican perdonar y olvidar. Y esa es efectivamente la cuestión, perdonar de verdad, sin reservas, para no tener excusas. Como decía mi amigo Amador García Carrasco de la tertulia del Casino de Madrid: cuando perdonas tiene que ser de verdad, olvidando la ofensa. Tratando al otro como si fuera uno más, es la única forma de que ya no sea una excusa, una lastra. Entonces eres plenamente libre.

Y os aseguro que vi una mujer libre. Feliz, pese a que haya derramado en su momento mares de lágrimas. Porque la justicia del ojo por ojo acaba con el mundo ciego, como decía Gandhi. Y reflexionando sobre la triste realidad de los días que vivimos, echo de menos a más personas como Irene Villa en muchos ámbitos. No hay que revolver en el pasado, en el que cometimos demasiados errores para volver a repetirlos. La única enseñanza que me legó mi abuelo sobre política fue ésta: “Ignacio, nunca dejes que aquello se vuelva a repetir…”. Esas palabras sencillas son un enorme monumento a la razón y a la sensatez, dos conceptos que escasean hoy día.

No hay excusas que valgan. Irene Villa tendría todas las que quisiera para evitar el control o esperar como todos en el andén, para no seguir avanzando. Pero el pasado no existe. Aferrarse a la rabia o al rencor es lógico, pero es una trampa. Es el patrimonio de los viejos de espíritu, de los débiles, de los cobardes. Porque hay que subirse al tren de la vida, el que nos permite avanzar, el que nos lleva a casa. Joder, cuánta gente así nos hace falta, rediós.

Publicado por docgracia

Investigador, ciclista y escritor...

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