Con locura
he recorrido océanos de soledad.

Sin mesura,
vagando por yermos páramos
he seguido el curso de mis ríos interiores,
arrojando mi alma descarnada
al pozo del recuerdo de tus ojos,
otrora azules.

Mucho antes del sueño final
ya la arena se escapaba de tus manos,
triste letanía de silencios,
senil rosario de olvidos
hacia el invierno de una playa devastada.

Cuando tu alma se escapaba a borbotones
por la celosía de tus miradas ausentes,
mi animal interior aullaba al aire
preguntando POR QUÉ la lenta cadencia.

En el penúltimo latido de la tierra
dos lobos solitarios se unen en la última mirada lúcida
(se ha de pagar el óbolo para renovar la sangre).
Trémula mano, que ayer sostuvo tu alborada,
en su última lucidez enardecida te aferra
y te entrega el testigo de su soledad,
sello inexorable de tu existencia,
para que algún día vuelva a girar la rueda.

Por eso, si alguna vez no te escucho;
ocurre, que en lo más ignoto de mis adentros,
bajo el leve barniz de la ausencia,
en la oscura inmensidad de la meseta
hay un lobo aullando al cielo.
