Que la boca me sabe a sangre,
niña mía, cuando te escucho.
Que ya no hay más músicas, contigo;
ni palabras que adornarte:
la boca me sabe a sangre.
¿De qué alma sale tu llanto?
No te engañes, viajero.
Es aquel Dios mendigo
quien rasga tus adentros.
Que te tiempla la sangre
y te saca los lamentos;
que te sangra la casta
y te llora los sueños.
Abrazo de amor
para el ciego a la noche,
credo redentor del prisionero.
Letanía del anciano,
lucero del peregrino.
Hechizo del gentilhombre
que prende de las honduras
de tu cuerpo de mujer
que se llama soledad…
Que no hay palabras, niña mía,
que la boca me sabe a sangre…
