Un Geyper man diferente

Hoy os escribo sobre un par de juguetes que conservo como oro en paño por dos motivos diferentes. El primero de ellos es un pequeño avión azul de metal, réplica de un zero japonés de la segunda guerra mundial. Lo que me marca es la circunstancia del regalo. Fue cuando pasé el sarampión, en torno a los seis años, y el carácter inesperado del regalo contribuyó a aliviar aquellos días de enfermedad. Fueron días asociados con un médico que venía a casa en coche de caballos y a olor a alcohol sobre un plato en el que se ponía a hervir una jeringuilla que curiosamente nunca tenía aguja (bien que trataba de asegurarme), antes de darme la vuelta y bajarme los pantalones. Esa aguja roma pinchaba como una banderilla, pero lo importante es que ese fue posiblemente el momento en el que me doy por primera vez cuenta del detalle especial que tienen mis padres conmigo al regalarme algo en un momento en el que no tocaba. Por eso lo conservé el resto de mi vida, y hace unos años le recordé la historia a mi madre. Ella rescató el pequeño juguete y lo puso en el aparador justo encima de la tele como un gran trofeo para recordar que se cerró el círculo de los afectos. Cosas de las madres.

El segundo regalo fue en realidad una decepción. Soy de la generación cuyo anhelo de pequeños se dividían entre los geyper man y los madelman. Recuerdo un poster o un catálogo colocado en una papelería donde estaban todos los modelos que se comercializaban del geyper man, un muñeco con una cicatriz en la mejilla un poco más grande que el madelman. La cantidad de modelos era infinita para la imaginación de un niño: el paracaidista, el esquiador…, todos los adminículos de cualquier tipo de combate y localización posible incluyendo por supuesto el de legionario y el de guardia civil. Aquel póster también incluía los equipos adicionales que podías comprar para el muñeco: vestido y armamento. Aquello era fantástico: una cantidad de armas, ametralladoras, machetes, mochilas, paracaídas, todo. Había gran detalle hasta en las fundas de las pistolas o de los machetes. Posteriormente descubrí hasta camiones a esa escala o incluso un helicóptero, pero eso era reservado para los bolsillos de los ricos.

Figuras madelman

La cuestión era que para ser feliz solo tenía que mirar aquel catálogo, nos pasábamos las horas muertas allí pegados hasta que nos echaban de la tienda por no comprar nada. A los jóvenes de ahora es imposible explicaros lo que era simplemente ver aquello, ya no digo jugar: la imaginación hacía el resto. Supongo que será parecido a una licencia infinita de Fornite para jugar con el Rubius de compañero. También era cuestión de estatus social. Un buen juguete te aseguraba un grupo de amigos siempre alrededor. Recuerdo un chico que tenía un madelman submarinista con un cuchillo en el muslo y otro que hasta traía una red ¡con una pantera! Era impresionante contemplar el grupo de niños entorno a la guarida de la pantera que había excavado el feliz propietario en un montón de arena de una obra para atrapar finalmente al maldito animal. Aquello eran aventuras en la selva y no lo de las novelas de Kipling.

Finalmente llegaron los siguientes reyes o cumpleaños y cayó el geyper man. Creo que pedí el paracaidista con un equipamiento adicional de esquiador o algo parecido. La elección era fácil: era el que más armas traía. La sorpresa que me llevé fue al descubrir lo que le vendieron a mi madre.

Me compró el geyper man de la jungla, con un machete y una pistola con las respectivas fundas. Ya no había escopetas. Malo. Por lo menos llevaba granadas. Lo que desentonaba un poco es que era negro y el de paracaidista claramente era blanco, con barba y pelo rubio, pero bueno. Lo raro es que el traje adicional que me compró era el más barato o el que quedaba: el de indio. Llevaba solo una lanza y un hacha cutre. La cosa es que mi madre con toda su buena fe (no la del tendero) provocó un anacronismo de la leche. Un indio negro con un tocado de jefe de la tribu, y eso que llevaba el pelo a lo afro, de moda en aquella época. Me daba vergüenza sacarlo a la calle vestido de indio y menos mal que no me gustaba la música en aquella época, porque más tarde pude comprobar que el bicho era clavado al indio de los Village People. Tal cual.

No sé si me habrá supuesto un trauma (de esas tontás no teníamos entonces), pero de lo que si estoy seguro es que, después de todo, fue una gran lección de tolerancia interracial.

Por cierto, ¿No tendréis alguno el paracaidista todavía? Lo compro a buen precio.

Publicado por docgracia

Investigador, ciclista y escritor...

Un comentario en “Un Geyper man diferente

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