Los más jóvenes no lo sabéis, pero este es un país donde hace poco se pasó hambre. Y muchos de nosotros la llevamos en el código genético arrastrada de varias generaciones. Estos relatos del Cabo Hueso, genial cantero fallecido hace un año, describen una realidad que espero que nunca se repita. Por desgracia no son inventados.
El pastorcillo desconfiado.
El padre le dice al menor de los cuatro hermanos, de seis años, que como ya es grande le toca hacerse cargo de las ovejas para llevarlas a la tiná del otro lado de los cerros para estar de vuelta a los tres días. El pastorcillo se echa a llorar desconsoladamente.
–Noooo, que seguro que hacéis matanza o algo mientras estoy fuera y no me guardáis na.
-Que no Pedrete, que si hacemos algo te vamos a guardar una fuente con copete. De to lo mejor. Pa que te hartes.
-¡Que no, que me engañáis!
-Vamos Pedrete, no seas desconfiado. Que te vamos a guardar un cerro de comida de lo que hagamos. Por estas.
Pedrete acepta a regañadientes y sale con las ovejas camino del valle chico, pero volviendo la cabeza cada dos por tres hacia el cortijo, mientras palpa el flaco peso del zurrón: un trozo de tasajo de cordero ahumado a la lumbre, un cuarterón de pan y un trozo de tocino rancio. Se rasca la barriga y piensa que es poca cosa para tres días. Pero, como le dijo padre: hambre que espera hartura no es hambre…

Finalmente regresa a los tres días a la hora de la cena, según lo convenido y sin novedad. Lo reciben padre y los hermanos con muchas alegrías, muy decididos a agasajarlo.
-Mira Pedrete, lo que te tenemos preparado. Siéntate. Le sacan una fuente de garbanzos, con sus buenos trozos de gallina. Y un gran plato de galianos. -¿Ves Pedrete?, lo que te habíamos prometido.
Pedrete rompe a llorar, un llanto quedo, testigo de una tristeza infinita. Sabedor de que las lágrimas, como el agua en esa tierra reseca, nunca serán suficientes, por mucho que se viertan.
-Pero Pedrete, ¿por qué te pones a llorar, con el pedazo de fuente de comida que te hemos traído?
El pastorcillo amaga un puchero y contesta:
–Porque estoy pensando que si toa esta comida que me traéis es lo que ha sobrao, cómo os habréis puesto vosotros de comer estos días…

De estas historias me ha contado mi padre muchas. Una de ellas es que cuando en su casa hacían cocido que dice que se tardaba mucho tiempo ahí le daban una cuchara pequeña y él quería comer como los demás iba a casa de una vecina y le pedía una cuchara grande porque eran cinco en la familia y tenían cuatro cucharas grandes y una pequeña que era la suya.
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Gran anécdota, muchas gracias. La verdad es que sobre esa época no hace falta inventar historias, solo contar lo vivido. La realidad supera cualquier invención.
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