Los más jóvenes no lo sabéis, pero este es un país donde se pasó hambre. Y muchos de nosotros la llevamos en el código genético arrastrada de varias generaciones. Estos relatos del Cabo Hueso, genial cantero fallecido hace un año, describen una realidad que espero que nunca se repita. Por desgracia no son inventados.
Las dos versiones de la suerte del perro.
Los pastores trabajan duro desde las cinco de la mañana. Hay que esquilar a casi trescientas ovejas. Y eso añadido a la labor diaria, cargar los sacos de pienso (de cincuenta kilos, de los de antes) para echarles de comer, bregar todo el día y luego, por supuesto, ordeñar. Cuando caiga el sol hacer queso. Echar el cuajo al caldero en la lumbre y recoger un poco después en una gran gasa lo que se va a prensar en los moldes de pleita. Todo ello ya a la luz de los candiles de sebo. La tarea acaba muy entrada la noche y mañana habrá también que madrugar, es lo que toca.

Uno de los pastores, cuando estaba el sol de julio en todo lo alto, se incorpora chorreando de sudor y mira al perro. El hombre está sofocado de la brega con los animales. Enormes goterones caen por su nariz mientras se lleva las manos a los riñones molidos. El perro, zalamero, se le tira encima moviendo el rabo. Se lo quita de un sopapo mientras contempla como se va a jugar con los animales ya esquilados.
–Jodido animal, encima dando por saco. ¡Quién fuera perro…!
Esa noche han preparado galianos con los calostros y están cenando además una paletilla de un animal que se ha muerto (o eso dicen ellos). Echan mano de las cajas de botellines, – que coño, un día es un día-, que están reservados a la sombra y los abren con los dientes para apurarlos de un trago. El silencio religioso de la comida sólo se rompe por el sonoro saliveo de los hombres. Ruido y olor traen al perro a la cocina. El animal es despedido con una patada y se le cierra la puerta para que no siga incordiando.
El perro, desde fuera, sigue percibiendo el olor lácteo y especiado de los galianos, el de la grasa de cordero a la lumbre y el ruido de los hombres comiendo. Desde hace un rato no para de aullar lastimeramente, intentando llamar su atención.
–Aúlla, aúlla, que ahora es nuestro momento…
