El pintauñas rojo (una historia real de @fortachi1932)

Dedicado a @fortachi1932 y a todos los que sirvieron en Afganistán

Me llamo Kamila. Soy una niña afgana de 9 años. Mi hermana se llama Sama y tiene 6 años.

No tenemos muchas cosas divertidas que hacer. Ponemos barcos de papel en un gran charco que hay en la carretera y vemos como los mueven las olas que provocan los coches que pasan. Siempre que jugamos en la calle viene algún niño y nos manda callar, o que dejemos de hacer lo que estamos haciendo. De reír. Nos gusta jugar con los soldados. Los que hay ahora son un poco más pequeños que los que había antes. Más morenos. Son más como nosotros. Por eso nos dejan jugar con ellos. Nos traen caramelos, piruletas, bollos de chocolate, zumos y bolsas llenas de golosinas con colores como nunca hemos visto. También nos sonríen, nos miran a los ojos y juegan con nosotros. Nos dejan ponernos sus cascos y nos suben en el techo de sus coches o incluso a hombros. Siempre están rodeados de niños, cuando aparecen por el pueblo todos corremos detrás de ellos. No les molesta. Vienen de un país que se llama España.

Repartiendo los zumos de la comida

Los niños siempre esperan a que les den las bolsas de caramelos. En cuanto nos dan alguna a una niña nos pegan y nos las quitan enseguida. El otro día un soldado muy alto con barba pelirroja estuvo esperando a que se fueran los chicos para darnos una bolsa grande a mi hermana y a mí. La cogimos y volvíamos corriendo a casa, muy cerca, pero los chicos estaban pendientes de nosotras y vinieron a quitarnos los caramelos, como siempre. Antes de que les diésemos la bolsa, el soldado, que también estaba pendiente, vino corriendo y se interpuso entre el corro de niños y nosotras dos. Empezó a vociferar e incluso llegó a empujar a algún niño de los más grandes hasta que todos desaparecieron. Entramos en casa con la bolsa como si fuera un tesoro sin que nos quitara el ojo de encima.

Mi madre ha estado viendo la escena desde una rendija de la puerta. Cinco minutos después me manda a darle una cosa a aquel hombre. Me acerco al transporte y le digo a otro soldado que quiero hablar con el hombre alto pelirrojo. Que tengo un mandado de mi madre. El artillero interpreta mis gestos mejor que mis palabras y asiente con la cabeza. Va a buscar al soldado. Yo no lo entiendo, pero le dice con sorna: “mi sargento primero, tiene visita”. Aparece de nuevo el de las chuches y me mira con cara de estupor. Le entrego el recado de mi madre con mucha vergüenza y mirando al suelo. Cuando mira lo que le doy se queda estupefacto: es un pintauñas rojo. El hombre enorme balbucea y dice que no con la cabeza, pero encuentra la silueta de mi madre en la puerta entreabierta hacia donde señalo. Mi madre asiente con la cabeza. El hombre parece comprender, se pone rojo y se guarda el frasco. Yo vuelvo corriendo con ella.

El pintauñas rojo

Aquel día, hace ya muchos años, no entendí bien el gesto de mi madre y si aquel soldado lo había malinterpretado, o si incluso lo consideró una estupidez. Hoy entiendo que mi madre quisiera enseñarnos que se debe agradecer al primer hombre que nos había defendido delante de otros hombres. Yo tenía 9 años, en cuanto tuviera el período cambiaría el pañuelo blanco por el velo que me tapa toda la cara y me casarían. Nunca volvería a jugar. Por eso recuerdo buscar aquella tarde a mi madre azorada en la caja de las cosas prohibidas. En esa caja había una foto en blanco y negro de unas mujeres con las piernas al aire. De esa caja sacó el pintauñas rojo y me pidió que se lo llevara al hombre que nos había defendido de los otros niños para que no nos quitaran los caramelos. Era muy importante que nadie salvo el soldado viera lo que era.

Hoy sé que ese regalo tenía además una carga de orgullo para mi madre, porque una de las mujeres que llevaban minifalda en la foto tomada en 1970 era ella. Aquel pintauñas era suyo, y quería recordar a los soldados que en algún tiempo vivió como en el sitio de donde ellos venían, en aquella España lejana. Quizás algún día yo podría ser como mi madre o como las familias de aquellos soldados.

Mujeres afganas en 1970

Aquel sargento de la ISAF entendió el gesto a la perfección y conservó el pintauñas de la foto toda su vida. Fue el objeto más valioso que trajo de Afganistán. Años después, las noticias tristes como las actuales hacen imposible el deseo de aquella niña. Pero aquello no fue en balde. Kamila siempre se acordará de aquel sargento y del pintauñas de su madre. Siempre tendrá la esperanza de que algún día otro de aquellos soldados devuelva un pintauñas, quizás el mismo, para que alguna de sus hijas lo pueda utilizar. Ojalá sea el soldado pelirrojo, o aquellos otros españoles que jugaban con ella y su hermana. Los echa de menos. Nunca los olvidará.

Publicado por docgracia

Investigador, ciclista y escritor...

5 comentarios sobre “El pintauñas rojo (una historia real de @fortachi1932)

  1. Pequeños momentos puntuales que nos dibujan el mundo que estamos dejando a las nuevas generaciones…menos mal que siempre hay gente que estas cosas las reflejan con elegancia…a pinceladas, la vida!

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