Comentaban en LinkedIn que debería existir una asignatura en el colegio y en la Universidad sobre dinero, en la que se hable de inflación, impuestos, inversión, intereses, de cómo generar riqueza o montar negocios. Los argumentos son simples y contundentes: saber valorar el dinero, emplear bien los recursos públicos, que no nos engañen con el fruto de nuestro esfuerzo… Elijan cualquiera. Yo, además, añadiría una razón más, parafraseando a un antiguo profesor que hablaba sobre la dificultad de nombrar ciertos compuestos químicos: “hay que aprenderse los nombres de nuestros amigos, pero sobre todo el de nuestros enemigos”. Pues eso, que debemos hablar su idioma, será una pequeña ventaja en una lucha desigual.

Y da la casualidad de que soy profesor de una asignatura en el máster universitario de ingeniería química que va sobre eso, y hace dos semanas tocaba evaluar un proyecto de los alumnos. Además de todo lo dicho, el enfoque de la asignatura es intentar salvar el abismo que existe generalmente entre investigación universitaria y el mercado, al que algunos llaman realidad. Me creeréis perfectamente si os digo que sabios que (les)publican artículos que leen en treinta años menos personas que esto hoy, no paran de mirarse el ombligo y maldecir la razón de por qué no vienen de la empresa a alabar su enorme ego con una alfombra roja y un montón de millones debajo del brazo.

Obviamente las cosas son diferentes, aunque ellos seguirán esperando. Los que debemos dar el paso al otro lado somos los investigadores y nuestros alumnos que van a dar pronto el salto al mercado laboral. Debemos aprender su lenguaje, sus valores, sus cuentas. Tenemos que ser capaces de hacernos entender, de explicar nuestras razones a banqueros, a gente de márquetin, de procesos, de producción… Y es una pena que ideas geniales no lleguen al mercado porque no somos capaces de hacerlas explicar en un entorno empresarial diferente al científico. En esas ocasiones, las cosas no progresan simplemente porque a un publicista le puede molestar cambiar una campaña, o alguien prefiere mantener un producto viejo. Es decir, que nos pueden engañar a los supuestamente tan listos. Y si hablamos de manipulaciones político-económicas imaginaos lo que se cuece ahí fuera.

Por eso es tan importante que la gente que formamos aprenda sus reglas, aunque sea para supervivencia, como un botiquín de emergencia. Pues esa es la asignatura. Como os podéis imaginar, en un botiquín no hay lugar para muchas florituras, se va a lo práctico. Vemos mucho de un mundo muy complejo, y entiendo que es difícil de asimilar. Aplicando el método del caso, en el que se plantea un dilema real, se imparten los contenidos, y luego se trabaja en grupo para resolver el ejemplo, comparando después con la solución que se tomó en su momento. Esta no siempre fue buena, pero os digo que son casos reales. Alguno de ellos se basa en la historia de un amigo y doctorando del que ya hablé aquí, que fue muy cabezón con el tema de los ajos y más cosas. Una de ellas es que no le importó que este año los alumnos hicieran un proyecto de desarrollo de un producto comercial basándose en los productos que él comercializa. Vamos, que sería copiarle la idea e inventar algún producto más que se pudiera incluir en su página web, tomando esta como referencia, pero con la condición de no poder citarla para no hacerle publicidad.

La idea era un poco arriesgada, porque la publicidad no te la llevas y no sabes cómo va a salir la jugada. Pero Luis es de los que se tiran a la piscina, incluso vacía. Parte de los miedos a los que me refiero se basan en que los chicos hicieran un trabajo muy precario, (él iba a estar en el tribunal que evalúa los proyectos), que no se enfocara bien el tema, o que (las redes son libres y peligrosas), hasta se hablara mal del objeto de su negocio: una polémica en ciertos ámbitos te puede llegar a arruinar.
Después de algunas semanas de incertidumbre en la que los chicos no me consultaron nada llegó la exposición de los proyectos, y he de decir que volvieron a sorprenderme en el buen sentido. Sabéis que refunfuño mucho aquí a veces, pero también reconozco que hay momentos en los que confío en el futuro y sus portadores. Este fue uno de ellos.

Desarrollaron muy al detalle tres productos basados en el ajo, tan interesantes que los he borrado para que no los copiéis. Hicieron análisis económicos muy buenos, estudios de mercado con encuestas. Desarrollaron logotipos, imágenes de marca que llamarían la atención de esos de márquetin de las empresas. Algunos hasta hicieron una página web específica para presentar el producto. Diseñaron campañas de publicidad de las que te hacen reír, es decir, de las que se recuerdan y por eso valen dinero. Y en todos los casos la presentación extraordinaria. Profesional, pese a mascarillas, otros exámenes y navidades medio confinados.

Efectivamente chicos, me quito el sombrero. Los que venís detrás sois profesionales. Después de todo, esto tiene remedio. Solo os hace falta una oportunidad. Enhorabuena.
