Hace frío. Con la excusa de la guerra y de no se qué zarandajas energéticas nos amenazaron con recortes en investigación y en calefacción si la cosa seguía así. La culpa era nuestra por no ahorrar, aunque alguno de los compañeros que había usado un calefactor en su puesto de trabajo juraba y perjuraba que era porque tenía frío. Pobrecillo.

Por su culpa, por la de todos, han cortado la calefacción. También la de los estudiantes. Tenemos frio. Como la situación no cambió y no pudimos ahorrar suficiente dinero para hacer frente a los gastos de energía, nos congelaron el dinero de nuestros proyectos de investigación. Por desgracia, como esas partidas son tan pequeñas, tampoco permitió siquiera el costoso proceso de encender las calderas de los edificios, y nos vimos abocados a olvidar para siempre la investigación y continuar dando clase en aulas heladas. Una pena, porque estábamos a punto de pasar a fase clínica la vacuna sobre el nuevo virus, pero fue culpa nuestra.
El invierno se recrudece y se alarga más de la cuenta incluso en primavera, tiene que ser consecuencia del calentamiento global. Estamos quemando libros para calentarnos, haciendo corros en torno a fogatas donde se transmite oralmente el conocimiento, como al principio de los tiempos. Lo último fue cuando cortaron la luz, y tuvimos que seguir dando clase en penumbra, aborregados buscando el tibio calor de los cuerpos en círculos improvisados en las aulas desiertas porque lo primero que quemamos fueron los muebles.

El mundo es frio y es oscuro. Bajamos a los sótanos, a la oscuridad de las cuevas. Seguimos transmitiendo la cultura de forma oral. Los rescoldos de las últimas brasas son el único soporte docente que usamos. El rojizo claroscuro de la débil luz proyecta fugaces sombras que dibujan en la mente de profesores y estudiantes el mundo de las ideas, de la ingeniería. Pasan revista a los acontecimientos de la historia de un mundo lejano para que no se pierdan sus recuerdos. Un mundo que ya no existe salvo en las sombras que nos muestran las brasas. A veces dudo que alguna vez existiera. Lo único que mantiene mi fe en ese mundo es el sentimiento de culpa que permanece.
