Operación Chupete Feroz (una historia real)

Dedicada a los cuerpos de seguridad y en especial a la Policía Nacional de Ciudad Real

Dicen que a grandes males grandes remedios, y eso era lo que tocaba porque la cosa se había puesto difícil. Con el confinamiento en un piso pequeño y con un bebé inquieto la cosa especialmente era complicada, a veces más que eso. Al pequeño lo único que lo tranquilizaba era morder el maldito chupete, que se había  convertido en su compañero inseparable. Demasiado inseparable para su edad (fijaos que he dicho morder y eso quiere decir que ya tenía dientes). Ya era tiempo de abandonar el dichoso chupe, estaba decidido hace meses, pero entonces llegó el confinamiento y resultó imposible separar al peque de su vicio tranquilizador.

Era un hábito viejo, de hecho el feto ya succiona su dedo pulgar a partir del quinto mes de embarazo y es uno de los primeros reflejos del bebé al nacer que le garantiza la supervivencia. Posteriormente succionar se convierte en una actividad que relaja y consuela. Dada la duración del encierro y el tamaño del piso era difícil encontrar otras alternativas relajantes.

Pero, había que hacerlo, porque tenía más de dos años, casi tres. Los padres habían probado todas las alternativas. Las de la abuela y las que recomiendan los pediatras. Pero el niño era listo y además era valiente. El pequeño aguantaba estoico el mal sabor de alguna gotita de líquido amargo que había caído distraidamente en el enemigo de los padres. Abría mucho los ojos y quizás ponía vidriosa la mirada, pero jamás derramó una lágrima, porque sabía que tenía que aguantar.

La alternativa pediátrica pasaba por convencerlo de que era mayor, pero el niño se daba cuenta de que para lo que había fuera quizás no merecía la pena. Y visto lo visto el niño no era tonto, pero tocaba dejarlo. El consejo de los expertos consultados por los sufridos padres pasaba por teatralizar una ceremonia convincente de despedida, que se preparaba con antelación. Por ejemplo, se podía pintar una cajita para dejar los chupetes y pedir que se la llevaran los Reyes Magos o alguien importante para el niño. Otra posibilidad era aprovechar una situación de ruptura con la rutina habitual, un fin de semana en casa de los abuelos, unas vacaciones… pero esto era imposible.

Y como no, en estos momentos es cuando hay que llamar a la caballería. En los momentos desesperados Gondor llama a Rohan. Pero, ¿Dónde está la caballería?

En estas estaba la señora cuando mi amigo José para el coche patrulla en un semáforo, viniendo de hacer sonar las sirenas para levantar los ánimos, cuando ve a una mujer con cara de desesperación con un niño asomado a la ventana. Ella estaba aplaudiendo y el nene tenía los ojos bien abiertos y los miraba sin perder detalle. Se veía que le gustaban las luces azules. Como estaba a su altura la madre le espeta al policía: “A ver si venís por el chupete…”, pero omitiendo las palabras que seguían en su cabeza: “…que me tiene harta”. El pequeño no reacciona desaprobador, y mi amigo le alcanza a decir: “Mañana no puedo, pero si quieres pasado mañana me paso por la tarde y lo recojo”. El semáforo se puso en verde y ahí quedó la historia. Gondor llama a Rohan.

Mi amigo le estuvo dando vueltas a la cabeza y se hizo la promesa de encontrar un rato para ir por el chupete. Dudó la forma de proponer a sus compañeros la importante misión oficial de ir a recoger un chupete porque se lo había prometido a su madre: “tengo una cita con una madre y con un niño, veniros que me van a tirar un chupete…” Incluso en el día y medio siguiente contó con la ayuda de su hija Alicia para que le comprara una bolsa de chuches. Cuando llegó la tarde “de autos” a la comisaría se encontró que por fortuna habían donado una gran bolsa de chuches. Dios proveerá.

Mi amigo cumplió, con la duda de si iba a estar siquiera el niño, o si acaso querría desprenderse de su amigo fiel. Tras planear la operación “chupete feroz”, se organizó un operativo de cinco coches patrulla que acudieron puntuales tras la salida para los aplausos.

Lo que pasó aquella tarde nunca lo olvidará. Estaban todos los vecinos esperando. Salió del coche con la gran bolsa de chuches y tuvo que bajar el padre a por ella porque no alcanzaban al primer piso. Pero bajó con una nota de Álvaro, redactada con la ayuda de su hermanita Elena. La nota era un acuso de envío del chupete, que decía:

“Muchas gracias. El chupete es para otro bebé. Yo ya soy mayor”.

Lo acompañaba un coche patrulla hecho de papel y otra nota: “Lo estáis haciendo muy bien. Animo” Firmado: Elena 4 años Álvaro 2 años.

Teníais que ver la cara de los niños asomados a la ventana mirando las caras de los cinco coches con las sirenas a todo meter. Los vecinos también estaban asomados. Todos se lo pasaron genial, padres, niños, vecinos y policías. El detalle del coche de papel ha llegado hondo a mi amigo, lo va a conservar en su escritorio como un tesoro. Mi amigo no conocía de nada a la familia.

Esta es, amigos, la clase de gente que tenemos. La clase de profesionales que hace que por detalles así merezca la pena seguir en la brecha. Esa clase de hombres que nunca piden y nunca niegan, como decía Calderón. La clase de personas que acuden al fuego o a llevarse un chupete. Estamos orgullosos de vosotros. Estoy orgulloso de ti, José. 

Publicado por docgracia

Investigador, ciclista y escritor...

5 comentarios sobre “Operación Chupete Feroz (una historia real)

  1. Magnífica historia que mis peques se llevarán, en recuerdo, para el futuro. Gracias Ignacio, por ponerle letra y hacerla tangible a quien tenga el gusto de leerla. Como he comentado en la carta dirigida a la Policía Nacional de Ciudad Real, «En estos tiempos, en donde la sociedad está tan necesitada de héroes anónimos y, en donde las instituciones han perdido la credibilidad y la confianza de sus ciudadanos, ahora, más que nunca se hacen necesario este tipo de historias». Enhorabuena porque tienes muy buen gusto en plasmar historias. Gracias, un saludo.

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