Tributo al olvido (cuando el equipaje sobra)

Este no es un relato triste, aunque la temática lo sea. Triste sí fue la situación de los ancianos en la pandemia, especialmente los que sufrieron la primera ola en una residencia. Lamentable es el comportamiento de algunos políticos, su olvido premeditado de las pertinentes visitas para evitar salir en una foto comprometida: lo que no aparece en imágenes no se puede recordar. Pese a haber cobrado por ello -dietas en confinamiento incluidas-, miles de jornales de los que generaron esos mismos ancianos destripando terrones con manos de uñas negras y sabañones para sembrar nuestro presente. Inhumana es la reclusión, el confinamiento que da la puntilla física y sobre todo mental (ese mal tal olvidado), a héroes traicionados que mantenían la maquinaria gracias a una pequeña salida al parque, o a ir despacito a comprar al mercado. Entre ellos el gran cantero que conocéis aquí como el Cabo Hueso. Tristeza es regresar mentalmente a tu mejor edad con un cuerpo demacrado que no reconoces ni quiere saber ya de ti. Precisamente cuando ya tienes claras las cosas importantes de la vida, cuando luces la mirada perdida de los genios. Es sobre esa sabiduría que resume toda una vida sobre la que escribo hoy.

La mirada

Es paradójico y emociona descubrir las enseñanzas de aquellos a los que ya el equipaje sobra. De los que han vuelto al pasado, de los que olvidan cosas que nosotros consideramos imprescindibles como utilizar un teléfono móvil. Ese irse despidiendo en los espejos día a día, como decía Borges. Pero hay momentos en los que impresiona la franqueza y la claridad de su juicio supuestamente enajenado.

Recuerdo con claridad el trato de mi abuelo ya demente, pidiéndole a mi abuela “que coma el niño”, expresando el cariño en forma de ofrecimiento de comida (cosas de la guerra). Repitiendo sin saberlo la ley que ha permitido evolucionar al sapiens: proteger a aquellos que manifiestan una actividad especial (estudiar en mi caso), para que avancen hasta donde ellos no llegaron. Es la forma de los pobres de sobrevivir. En sus cavilaciones, los juicios sobre mis licenciaturas en química y comienzos de doctorado se definían de una forma sencilla: “el niño es más que maestro…” Confirmando la misma anécdota que fascinó a Jose Luis Sampedro al entrevistar a un hombre de los de antes.  Esa gente sencilla, de las que medían las superficies en fanegas, la productividad en celemines, los volúmenes en arrobas y los desafíos en pares de cojones.

Cuando los espejos eran amables

Y al final la circunstancia se repite con su hija, mi madre. Enfermedad y sorprendente juicio en ocasiones. Ya no recuerda que soy catedrático, cree que todavía estoy estudiando, y me anima a seguir trabajando, pero a no desperdiciar demasiado mi vida en ello. Un comentario increíblemente lúcido, ojalá lo hubiera aplicado antes. Y que te traten como lo que eres en realidad. No eres catedrático, eres una persona; que los títulos o grados se olvidan y desaparecen. Lo importante es el ser, que nunca debe dejar de esforzarse, pero sin ser tonto. Un buen baño de realidad. Necesario.

Lo importante

Hace poco en una visita le dio una monja un caramelo. Se lo metió en la boca, lo partió con las muelas con precisión quirúrgica y me ofreció una mitad. Cosas de ser madre y enseñanzas de la posguerra, algunos entenderéis el gesto. De cuando compartir era la única forma posible de subsistir. Hace poco se dejó perdidas o le desaparecieron sus gafas y apareció con otras que no eran suyas. Me dijo que se las había robado otra señora que coleccionaba gafas y que le habían robado las suyas que le gustaban más. Se rebuscó por todos sitios y al final aparecieron. En sus enajenadas entendederas localizó a la supuesta ladrona (no sé si es todo imaginación) y le pidió que le devolviera las gafas. Como se negó, le dio un bocado en el brazo, y parece ser que este gestó convenció finalmente a la ladrona. No sé si es todo inventado, repito, el hecho es que las gafas aparecieron.

Cuanta tontá se imprime…

Cuando le increpé por su comportamiento y le dije que no se debe morder a nadie, me reprendió. “Era lo que tenía que hacer, porque no podía permitir que hiciera lo que quisiera conmigo”. “Si no te impones te machacan” “¿Ves cómo me ha devuelto las gafas? En la vida tienes que imponerte ante ciertas personas, no dejar que te avasallen”.

Y francamente me quedé mudo. Ni catedrático ni gilipolleces. Emocionado, me quito el sombrero, porque mi madre todavía me sigue dando lecciones. Que, en mitad de bruma de la enajenación, existe lucidez para darte el mejor consejo de tu vida. Ojalá te hiciera caso. Ojalá te hiciéramos todos caso, copón.

Publicado por docgracia

Investigador, ciclista y escritor...

2 comentarios sobre “Tributo al olvido (cuando el equipaje sobra)

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