La generación que estamos enterrando

Veo algunas imágenes en estos momentos difíciles y se me parte el corazón por algunas personas, las más jodidas. Las que siguen sin pedir, las que siguen dando.

Me refiero a la generación de nuestros abuelos. No es la primera epidemia que sufren, de hecho toda su vida ha sido una resistencia heroica. Nacieron en una España en ruinas, reventada por dentro y por fuera. La primera epidemia que pasaron fue la del hambre. Fueron los supervivientes de una brutal selección natural, por la cual lo habitual era tener un nacimiento y un entierro de un niño -un enterrico- al año en cada familia. Como modesto dato en la de mi abuelo materno nacieron doce pero sobrevivieron solo cuatro.

Comían lo que había, que era nada. Sus chuches eran las mondas de naranja que encontraban con suerte rebuscando en las vías del tren. Comían harina de almortas un día y el siguiente también, con suerte. Sufrieron muchas deficiencias vitamínicas y nutricionales que les convirtieron en bajitos y reconcentrados. Pasaron frío y los afortunados supieron lo que es el aceite de ricino y las pomadas para los sabañones. Preguntadles a los jóvenes si saben qué es eso. Caminaban descalzos al colegio y solo antes de entrar se ponían las alpargatas porque tenían que durar muchos años. Algunos tenían unos pantalones un poco más lustrosos que se ponían para salir los domingos, y se turnaban para compartirlos con los hermanos distribuyendo horarios para su uso.

Trabajaron como animales. Literalmente. Arañaban la tierra con rejos poco afilados o con manos desnudas de uñas negras; a veces sustituyendo a las bestias, con más ansia que estas porque se trataba de simple supervivencia. Jamás se quejaron. Al contrario, aprovechaban cada ocasión para compartir la miseria o un trago de vino o de cecina con un compañero convirtiendo cada ocasión en una fiesta, valorando los pequeños momentos como si fueran los últimos.

Fueron optimistas pero cautos, ahorradores. Acumularon cada migaja, pero no las disfrutaron, porque se las cedieron con gusto a la siguiente generación para que existiera futuro, para que tuvieran la oportunidad de progresar que ellos no tuvieron. Así los viejos aperos se cambiaron por máquinas, por tractores o cosechadoras que sustituyeron a las mulas, a las hoces y a las trillas. Cuando tuvieron que dejar de trabajar porque estaban literalmente reventados avalaron con su propia casa los préstamos de sus hijos para ampliar las fincas, comprar más maquinarias o montar un negocio. Incluso cuidaron de sus nietos o bisnietos porque sus padres habían malvendido herencias o patrimonios, y la siguiente generación fue de funcionarios o de familias mileuristas que tenían que sobrevivir trabajando explotados mientras los abuelos renqueantes seguían al frente, al cuidado de los pequeños. También avalaron los préstamos de los nietos para pisos carísimos de cincuenta metros con la ya vieja casa familiar. Hasta entonces los acogieron y siguieron haciendo tortillas y croquetas con manos temblorosas por el párkinson o devastadas por la artritis. Seguían tirando del carro, sin quejarse. Incluso ahora cosen mascarillas cuando serían descartados en los triajes por criterios de supervivencia. Pero saben que pueden ayudar y es su forma de vivir: aportar sin pedir nada y sin negar nada. Hasta el final.

Muchos de ellos cuando se dieron cuenta que no podían ser útiles, que eran una carga, tomaron la decisión de irse a la residencia con el corazón roto, pero sin dudar un segundo y sin derramar una lágrima porque era lo que tocaba. Allí están ahora.

Como a lo largo de su vida, también en estos momentos les ha tocado la peor parte. Cuando percibieron la gravedad de la situación (antes que nosotros) fueron los primeros que nos dijeron que no fuésemos a verlos a las residencias, para no propagar la enfermedad, pese a que sabían desde el principio que posiblemente ya no nos volverían a ver. Aguantan la cuarentena solos, enfermos, pero siguen sin quejarse. Con una atención precaria por el colapso sanitario. Están cayendo uno a uno. No les pueden velar sus familias. Como ejemplo paradójico de su infinito sacrificio se están enterrando solos, aquellos a los que les debemos todo, a los que hicieron posible que tuviéramos esta oportunidad. Y encima si pudieran nos animarían: “Son cosas que pasan”, es la ley de la vida que aprendieron a golpes. Pero te aseguro, amigo, que no los vamos a olvidar, aunque sea por propio egoísmo.

Me pregunto qué vamos a hacer sin ellos. Me pregunto cómo se va a sostener el primer mundo que nos regalaron cuando ya no estén. Para que lo despilfarrásemos todo. Para que dilapidásemos todo como si no hubiera un mañana, porque siempre los teníamos como red. Para que algunos egoístas sobreprotegidos de sucesivas generaciones olvidasen lo que cuesta ganar cada migaja que se llevan a la boca porque pagan otros. Para que encima algunos jóvenes que se creen inmortales al virus, se rían de ellos con sonrisa estúpida bromeando ignorantes con el IPhone que les regaló “el abu”, adivina con cuántos sueldos juntados de su paga de mierda. Y me preocupo seriamente por el futuro, igual que ellos se preocupan por el panorama que dejan. Reflexiono sobre las cosas que vemos estos días (y mucho antes), pensando que a nuestros abuelos no se las habrían hecho de jóvenes. Ni mucho menos, a gente con aquellos cojones y aquellos ovarios ni por asomo. Porque ganaron cada derecho literalmente con sangre. Porque cuando decían una cosa quedaba dicha para siempre. Porque protegían a los débiles, porque dentro de la miseria eran capaces de reconocer a la gente a la que había que promocionar por pura supervivencia del grupo. Porque hacían lo que había que hacer y punto. Porque aquellos hombres y mujeres despreciaban a los traidores y a los cobardes.

Sagradas escrituras (Río Bravo)

Una historia sobre RESISTENCIA en tiempos difíciles como estos

Esta barricada no va sobre una película vieja. No va sobre la redención, la amistad o el amor. Ni sobre las segundas oportunidades. No va sobre un borracho de manos temblorosas, un viejo desdentado, un chico que escoge el camino correcto, una mujer descarriada o un sheriff que se enfrentan a un ejército. Va sobre todos y cada uno de vosotros. Esto no va sobre Río Bravo, es mucho más profundo. Es el mensaje de esperanza que un Dios misericordioso nos quiere transmitir: el mundo todavía tiene solución.

Son las sagradas escrituras hechas imágenes sobre el celuloide. Candiles encendidos para que regresemos a casa cuando estemos perdidos en la ventisca, faros en la niebla. Abrevaderos de la vida para saciar una sed infinita. Para que bebamos en manaderos de sabiduría cuando pensemos que todo está perdido. Escenas dispuestas para que acudamos una y otra vez a ellas. Siempre seremos atendidos, siempre encontraremos un consejo, un bálsamo, conocimiento para seguir adelante. Porque todos seremos alguna vez en la vida un borracho que va a recoger una moneda de una escupidera, una mujer descarriada que quiere empezar de cero. Todos seremos un joven que quiere escoger el camino correcto. Todos seremos alguna vez un viejo solitario que valora especialmente las muestras de cariño. Todos en la vida recompraremos las pistolas que empeñó un buen amigo esperando que algún día las vuelva a utilizar cuando se recupere. O daremos una patada a la escupidera para que nuestro amigo no se humille. Y todos nos enfrentaremos a un ejército de malvados, a veces de forma cotidiana, escogiendo el camino difícil: resistir pese a que al final la vida nos vencerá tarde o temprano. Siempre.

Por eso esto es una jodida guía de la vida. Un mapa para escoger el camino aunque te sientas completamente en ruinas. Para resistir el toque de degüello de un asedio cantando “My rifle, my pony and me”. Para ir a contracorriente, para revertir una situación cuando parece imposible. Sin derramar una sola gota de whisky.

Leed y releed estas escrituras. Difundid su mensaje. Cada día encontraréis unas palabras diferentes que Dios os dedica específicamente a cada uno de vosotros.

Os transcribo algunos versículos escogidos al azar, como si el viento que Dios nos insufla hojease caprichoso las páginas de nuestra biblia visual.

-Un Viejo tullido y un borracho. ¿Es todo lo que tienes? -Es TODO lo que tengo.

-…Si me van a disparar, por lo menos deberían pagarme por ello…

-…Es interesante ver a un chico listo para variar…

-No pienses que eres tan especial. ¿Crees que has inventado la resaca? -No, pero podría patentar las mías.

-…Es tan bueno que no necesita aparentar que lo es…

-Eso es lo que haría si fuese el tipo de chica que piensas que soy…

-…Hagamos una ronda por la ciudad.

-Me alegro de haber probado una segunda vez. Es mejor cuando lo hacen dos personas (besarse).

-…Demonios, ¿Cuál es la diferencia? Todos estaremos muertos para entonces.

-…Recordaremos lo que dijiste…

-¿Piensas que eres lo suficientemente bueno (…)? -Vamos a darle trabajo al enterrador.

Ciudad Real Digital | Barricada Cultural | Sagradas Escrituras (Río Bravo)

Foto: John Wayne, Walter Brennan y Dean Martin en Río Bravo/Rio Bravo.

Continúa la barricada cultural

Mediante esta forma seguiré publicando los artículos semanales de la sección Barricada cultural. Tenía pensado acabar con esta actividad una vez cerrado el periódico, pero creo que en estos momentos nos pueden ayudar un poco a sobrellevar el tedio. Muchas gracias por animarme a seguir escribiendo y por leerme.