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La generación que estamos enterrando

Veo algunas imágenes en estos momentos difíciles y se me parte el corazón por algunas personas, las más jodidas. Las que siguen sin pedir, las que siguen dando.

Me refiero a la generación de nuestros abuelos. No es la primera epidemia que sufren, de hecho toda su vida ha sido una resistencia heroica. Nacieron en una España en ruinas, reventada por dentro y por fuera. La primera epidemia que pasaron fue la del hambre. Fueron los supervivientes de una brutal selección natural, por la cual lo habitual era tener un nacimiento y un entierro de un niño -un enterrico- al año en cada familia. Como modesto dato en la de mi abuelo materno nacieron doce pero sobrevivieron solo cuatro.

Comían lo que había, que era nada. Sus chuches eran las mondas de naranja que encontraban con suerte rebuscando en las vías del tren. Comían harina de almortas un día y el siguiente también, con suerte. Sufrieron muchas deficiencias vitamínicas y nutricionales que les convirtieron en bajitos y reconcentrados. Pasaron frío y los afortunados supieron lo que es el aceite de ricino y las pomadas para los sabañones. Preguntadles a los jóvenes si saben qué es eso. Caminaban descalzos al colegio y solo antes de entrar se ponían las alpargatas porque tenían que durar muchos años. Algunos tenían unos pantalones un poco más lustrosos que se ponían para salir los domingos, y se turnaban para compartirlos con los hermanos distribuyendo horarios para su uso.

Trabajaron como animales. Literalmente. Arañaban la tierra con rejos poco afilados o con manos desnudas de uñas negras; a veces sustituyendo a las bestias, con más ansia que estas porque se trataba de simple supervivencia. Jamás se quejaron. Al contrario, aprovechaban cada ocasión para compartir la miseria o un trago de vino o de cecina con un compañero convirtiendo cada ocasión en una fiesta, valorando los pequeños momentos como si fueran los últimos.

Fueron optimistas pero cautos, ahorradores. Acumularon cada migaja, pero no las disfrutaron, porque se las cedieron con gusto a la siguiente generación para que existiera futuro, para que tuvieran la oportunidad de progresar que ellos no tuvieron. Así los viejos aperos se cambiaron por máquinas, por tractores o cosechadoras que sustituyeron a las mulas, a las hoces y a las trillas. Cuando tuvieron que dejar de trabajar porque estaban literalmente reventados avalaron con su propia casa los préstamos de sus hijos para ampliar las fincas, comprar más maquinarias o montar un negocio. Incluso cuidaron de sus nietos o bisnietos porque sus padres habían malvendido herencias o patrimonios, y la siguiente generación fue de funcionarios o de familias mileuristas que tenían que sobrevivir trabajando explotados mientras los abuelos renqueantes seguían al frente, al cuidado de los pequeños. También avalaron los préstamos de los nietos para pisos carísimos de cincuenta metros con la ya vieja casa familiar. Hasta entonces los acogieron y siguieron haciendo tortillas y croquetas con manos temblorosas por el párkinson o devastadas por la artritis. Seguían tirando del carro, sin quejarse. Incluso ahora cosen mascarillas cuando serían descartados en los triajes por criterios de supervivencia. Pero saben que pueden ayudar y es su forma de vivir: aportar sin pedir nada y sin negar nada. Hasta el final.

Muchos de ellos cuando se dieron cuenta que no podían ser útiles, que eran una carga, tomaron la decisión de irse a la residencia con el corazón roto, pero sin dudar un segundo y sin derramar una lágrima porque era lo que tocaba. Allí están ahora.

Como a lo largo de su vida, también en estos momentos les ha tocado la peor parte. Cuando percibieron la gravedad de la situación (antes que nosotros) fueron los primeros que nos dijeron que no fuésemos a verlos a las residencias, para no propagar la enfermedad, pese a que sabían desde el principio que posiblemente ya no nos volverían a ver. Aguantan la cuarentena solos, enfermos, pero siguen sin quejarse. Con una atención precaria por el colapso sanitario. Están cayendo uno a uno. No les pueden velar sus familias. Como ejemplo paradójico de su infinito sacrificio se están enterrando solos, aquellos a los que les debemos todo, a los que hicieron posible que tuviéramos esta oportunidad. Y encima si pudieran nos animarían: “Son cosas que pasan”, es la ley de la vida que aprendieron a golpes. Pero te aseguro, amigo, que no los vamos a olvidar, aunque sea por propio egoísmo.

Me pregunto qué vamos a hacer sin ellos. Me pregunto cómo se va a sostener el primer mundo que nos regalaron cuando ya no estén. Para que lo despilfarrásemos todo. Para que dilapidásemos todo como si no hubiera un mañana, porque siempre los teníamos como red. Para que algunos egoístas sobreprotegidos de sucesivas generaciones olvidasen lo que cuesta ganar cada migaja que se llevan a la boca porque pagan otros. Para que encima algunos jóvenes que se creen inmortales al virus, se rían de ellos con sonrisa estúpida bromeando ignorantes con el IPhone que les regaló “el abu”, adivina con cuántos sueldos juntados de su paga de mierda. Y me preocupo seriamente por el futuro, igual que ellos se preocupan por el panorama que dejan. Reflexiono sobre las cosas que vemos estos días (y mucho antes), pensando que a nuestros abuelos no se las habrían hecho de jóvenes. Ni mucho menos, a gente con aquellos cojones y aquellos ovarios ni por asomo. Porque ganaron cada derecho literalmente con sangre. Porque cuando decían una cosa quedaba dicha para siempre. Porque protegían a los débiles, porque dentro de la miseria eran capaces de reconocer a la gente a la que había que promocionar por pura supervivencia del grupo. Porque hacían lo que había que hacer y punto. Porque aquellos hombres y mujeres despreciaban a los traidores y a los cobardes.

Sotero Marín: Un Legado Cultural

Hace unos años hablaba aquí sobre bibliotecas, en particular sobre una viviente que se llamaba Sotero Marín, un paisano vecino y amigo de noventa y tantos años, escritor de coplillas, poesías sobre tiempos pasados e historias tan fantásticas que parecen inventadas. Falleció hace dos días, y no sé si seremos ser capaces de darnos cuenta de que esta pérdida será equivalente al incendio de una biblioteca, en los tiempos en que no se guardaban copias digitales de los incunables que atesoraba.

Quemar libros, olvidar a los sabios, es repetir errores

Sotero quería ser recordado como “un gañán que vino a trabajar”. Y literalmente tuvo ocasión de reventarse en el intento, con la labor infinita de transformar una España en ruinas en un país del primer mundo. El hecho de que ahora estemos haciendo lo contrario da para pensar, pero es otra historia. Aunque, usando sus propias palabras agradeciendo la gestión del puente del paseo de los cipreses del cementerio, (el que cruzó ayer por última vez), hay que decir: “Perdonen a quien ofenda, las cosas son así”.

Sembrando el futuro, con las uñas si hace falta

Es difícil hacer entender lo que valoraba a Sotero, más allá de en su papel como vecino o padre de amigo de la infancia. Es impagable tener a una persona que lleva a tu abuelo al campo, cuando sabes que es lo que más le gusta, y le cuida a ciertas edades. Es por lo que era, por su inteligencia natural y por su legado, especialmente cultural, que no debemos perder.

Sotero fue gañán, empezó tarde a escribir, pero transmite fielmente historias que son nuestro pasado y pueden ser nuestro presente si nos descuidamos con la IA. Su escuela de la niñez fue su abuelo, quien le enseñó a escribir en un cuaderno que se llamaba “Rayas”. A los 18 fue a la escuela nocturna para saber escribir una carta, y aprendió con tanta avidez que hizo escritos que han merecido premios provinciales. Son no digitales, escritos con esfuerzo y buena letra, sin salirse del liño. Con la convicción de que sólo se debe relatar aquello que merezca la pena contarse, toda una lección de humildad hoy en día.

Tiempos pasados

Sus historias están llenas de olores, de soles cegadores, de tardes interminables, de amigos, de tiempos de solaz. Bodas en segundas nupcias con cencerradas y modestos convites de chocolate con tortas. Toques a tránsito y hombres contratados para llorar en los entierros de primera, los “llorones”. Niños que trabajaban a muy temprana edad surfeando de sol a sol en las eras, los “trillaores”. Gachas de harina de guijas para el almuerzo. Compartir leche rosácea y salada con la camada de una perrilla. Segadores armados de hoces de La Solana. Partos en la propia casa ayudados por abuelas, vecinas o comadronas. Herradores, modistas, trabajos que se heredaban de padres a hijos con el afán de hacer las cosas como Dios manda, porque se hacían para siempre. Casas con un amplio espacio trasero para el corral, dedicado a la cría de gallinas, conejos y cerdos. Jamones salados en montañas blancas. En los primeros fríos del invierno, mejor si hiela, la fiesta de matanza donde se comían migas con torreznos después que el veterinario analizara la “chichota”. Igualas pagadas para un número de servicios de afeitados porque no había maquinillas eléctricas… En definitiva, los escritos están llenos de vida, de una verdad que estamos olvidando con la virtualización digital. Sotero pertenecía a la estirpe de los elegidos que contaban las historias al calor del fuego, aquellas en las que se transmitía el conocimiento de forma oral desde el principio de los tiempos. Las que nos permitieron crecer como especie. Y continuó escribiendo pasados los 90 con un juicio tolerante pero fino, cabal y lúcido, una mirada inteligente e irónica como pocas.

Su libro recopilatorio, Vivencias de un Gañán

Constituyan estas palabras, en parte suyas, un homenaje a una de las grandes referencias culturales que he tenido, a uno de mis superhéroes. De él conservo enseñanzas, escritos y además una higuera y una oliva, seleccionados con su ojo experto, para que sigas dando cosas después de no estar. Pidió que le echaran en la caja la garrota y las botas de campo, por si hay que caminar ligero, nunca se sabe.

Una buena oliva

Yo creo que hay que ser justos y honestos para reconocer a los grandes. Sería justo dedicarte algún hito en una plaza, o el nombre de una calle; pero hay algo que sería mucho más cabal. Creo que deberíamos poner su nombre a una biblioteca o a una sala de una biblioteca. No podemos permitirnos perder una oportunidad como esta. Y he de reconocer que esto es por egoísmo, porque los que saldríamos ganando seríamos nosotros al recordarte y tenerte como referente; señor don, Sotero Marín.

Biblioteca Sotero Marín??

La fiel infantería 2 (el regreso): Una madre superiora

Recordaba mi amigo Fordiño (José Luis Vázquez), aquella famosa frase ochentera de “son malos tiempos para la lírica”; porque entonces -y sobre todo ahora-, no está de moda. Pues este tiro de gracia de regreso está dedicado a la lírica a toda vena, a todo volumen. En estos tiempos grises, a pringarte en las zonas donde pisas cristales rotos y huele a humo de artillería. El territorio comanche que veis desde vuestros cómodos sofás, pero que está al lado de vuestra casa. A ver si lo igualas, porque en este mundo blandito que consume minidosis de solidaridad megaosea para calmar conciencias traidoras, safaris fotoselfies con los pobres (qué asco, date prisa que huele), o poses dictadas para ser superiormente moral por 30 monedas de plata, hay gente que no escatima. Hoy os hablo de la anterior madre superiora de la residencia de ancianos Teresa Jornet de Ciudad Real.

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Lo que primero llama la atención es que todo el mundo la llamaba “La Madre”, asumiendo una mezcla de respeto y liderazgo que pocos comparten en la milicia, quizás don Pedro Érice, que es decir mucho para los iniciados. Es mayor, pero no vieja. Tiene carácter para lidiar con una banda de orcos albañiles, pero a la vez mano de seda para tratar con ternura infantil a los ancianos. Se levanta a las 5 de la mañana para desarrollar, cantos en buen latín aparte, una enorme e infatigable labor durante la larguísima jornada. Es de destacar el entusiasmo con el que aborda cada tarea, el ánimo que insufla, canturreando constantemente. Siempre la palabra amable, la broma para cada enferma, el guiño y a veces el seguir la corriente que es lo único que queda. Con el debido respeto, parece jodidamente feliz, y de hecho lo es. Llama la atención en una España con influencers deprimidas a pesar de que lo tienen todo. O es porque que no tienen nada. Porque como decía un personaje revertiano, las cosas de auténtico valor no lucen, pero pesan.

foto: Rafael Pradas

Todavía no se si efectivamente conoció a mi madre con 16 años yendo a pedir, una ocasión en la que mi abuelo las llevó gratis en el Taxi a Torrenueva, o es que me está vacilando para seguirle la corriente a mi madre. Como cuando le recuerda cada día a ella que mañana se viene con nosotros a casa (a la casa de mis abuelos CON mis abuelos), que ya tiene preparada la maleta. Porque procrastinando a mañana, cuando el ayer se te olvida, permite aguantar ya cuatro años. Y no hay que hacer perder la esperanza, porque a veces es lo único que se tiene.

Foto: Rafael Pradas

De cerca, si te fijas bien, ves algunas arrugas de cansancio, unas gafas gruesas y algunos tics o cicatrices de la batalla diaria, de renuncias, de ausencias, de mil cosas que sólo sabe ella. Porque también es una personita, y eso es lo más grande. Como ese lema que dice que si eres bueno debes demostrarlo sin olvidar que eres uno más. Y viendo ese carácter, recuerdo a locos con los pelos largos que se juntaban con las mujeres y los pobres y echaban a latigazos a los mercaderes del templo. La clase de personas que no se rendían, que inspiraban. Seas monja o representante sindical, como mi amigo Asterio. La clase de comportamiento que, literalmente, se define como Santidad, en el auténtico sentido de la palabra.

Un parpadeo en el tiempo

Hace pocos días se cambió de residencia por órdenes o porque tocaba. Para muchos ha sido un palo, porque la echaremos de menos, pero ya se sabe aquello que decía Calderón: La forma como ha de ser es ni pedir ni reusar… Ni pedir ni negar, qué buen lema para el que tenga arrestos de intentarlo. Y recuerdo a Sor Encarnación (ni os había dicho el nombre), y pienso que seguimos teniendo la mejor infantería del mundo. Que son esas personas las que aguantan sobre sus cansadas espaldas un mundo en un tente-mientras-cobro universal. Que el día que alguno de estos pilares se venza, va a caer todo como un castillo de naipes. Me doy cuenta que estos luchadores son los que valen la pena, porque son los que no se rinden nunca. Por eso fuimos invencibles y lo seguiremos siendo, porque esto no se puede comprar con sucio dinero. (Aunque, dicho sea de paso, las limosnas serán bien recibidas Y GESTIONADAS). Un abrazo, Madre.

Las reinas magas

Disparando con el corazón (Rafa Pradas)

Retorno de esa habitación infinita a oscuras que es el olvido, para hacer un retrato con palabras de alguien muy especial: Rafa Pradas. Si tuvieses que elegir una única imagen para llevarte en tu equipaje a marte, una sola foto para llevar en tu cartera al destierro, o el contenido del escapulario que te protege de las balas en una guerra. Si necesitas algo a lo que aferrarte para cruzar un infierno, eso que te permite evocar cuando el tiempo desdibuja nuestros recuerdos. Un instante captado en milisegundos, pero que a la vez sea todo porque es el legado de toda una vida y de las que la precedieron… Entonces esto te interesa.

Esto te interesa

Decir que Rafa es un fotógrafo es tan impreciso como argumentar que Miguel Angel tallaba rocas o que Sorolla era un simple pintor: nos dejamos algo enorme en la descripción, ¿verdad? Tan transcendental como percibir emociones de la piedra en el primer caso o hablar de la luz en el segundo. Pues eso: Rafa es un artista que cuenta historias con imágenes. Pero cuando esas historias que son las que de verdad importan a lo largo de varias vidas.  

Mucho más que simple trabajo: Arte

Reflejo de sus estudios de Bellas artes en Cuenca, Rafa observa; mejor dicho, es capaz de ver. Cosas que a veces son simples, pero que son las importantes, aunque siempre estuvieron allí. Lo que pasa es que el resto no somos capaces de percibirlas porque estamos sumergidos en una vorágine de estrés que nos tiene siempre anestesiados, haciendo que los árboles nos impidan ver el bosque. Pendientes de pantallas pequeñas y grandes que nos consumen la vida para vendernos basura.

Las manos

En el día a día hace reportajes de boda, pero repito: no es una mera recopilación de fotos. Primero capta y luego cuenta una historia llena de matices sutiles. Son tus matices, eres tú en realidad. Por eso a algunas personas les extraña el aparente poco protagonismo que tiene, o que fuera de los convencionalismos o de lo que “toca”, te pregunta ¿Pero a ti qué te apetece hacer en realidad ahora? Y ese dictado del corazón acaba a veces en una fugaz visita a un cementerio y con una foto del ramillete de novia encima de la lápida de tu abuelo que se convierte en LA imagen de ese día que atesoras el resto de tu vida.

Matices sutiles

Además de esa actividad cotidiana, Rafa está involucrado en un proyecto que se llama rostros de vida. Consiste en contar vidas en forma de fotografías o documentales. Es a lo que me refería con las enseñanzas importantes. El legado fotográfico o sonoro de personas que en algún momento ya no estarán. Según Rafa:

Son los mejores libros del pasado, las mejores historias vivas presentes, son coraje día tras día. Resumen la vida de una forma muy simple. Mencionan la palabra “TIEMPO”, la palabra “DISFRUTAR”, vivir la vida con el “CORAZÓN” y la importancia de la “SALUD”.

los libros del pasado
Rostros de vida

El proceso es curioso. En general los mayores son reticentes a la hora de retratarse, pero en seguida se olvidan de la cámara y cuentas las cosas que importan de verdad. Rafa las mezcla a veces con las impresiones de hijos o nietos para crear algo bellísimo, digno de ser recordado, de ser lo único que salvaríamos del fuego. Echadle un vistazo aquí.

Cuando se olvidan de la cámara.

Fruto de esta actividad ha realizado exposiciones con este formato contando historias en el hospital durante el Covid o en residencias. Las historias, los protagonistas son ENORMES. Somos nosotros y merece la pena que no se olviden.

Las historias

Y para acabar lo que haces por capricho para ti, para los que más quieres. Como la historia del cantero que hace la tumba para su padre, del que aprendió el oficio. Tres años de trabajo, tomarse vacaciones para trabajar en lo que te gusta. Y como resultado de la tumba que ningún rey ni millonario podría pagar, porque hay cosas que no se pagan con dinero.

Lo que no se paga con dinero

Ese el ejemplo de Rafa de la serie que publica en Facebook de fotografías de domingo. Instantes en domingo con su madre y su familia. Emociones, ternura. La vida misma o arte, en una palabra. Os invito a que lo conozcáis, merece la pena, sobre todo en estos tiempos.

La vida misma
Instantes
Rafael Pradas

Fotografías: Rafael Pradas

Pandorum Barry (Cuando no eran de fogueo)

Despierto del letargo de la tecla porque la ocasión lo merece. Una brisa fresca de inteligencia, de cultura, de tradición, de arte, me sobresalta. Me espabila de esta hibernación mundial a la tenue luz de las pantallas de móvil, acurrucado por mensajes uniformes, globalizadores, para que no pienses, para que seas un borrego consumidor de la mierda que te venden y de las ideas que te implantan: beee, beee…

Este es un feliz chapuzón que me saca de matrix con resaca de cultura tras la hibernación, como el protagonista de Pandorum. La ocasión ha sido la charla del genial humorista gráfico José Barahora Parras, Barry para los amigos, el pasado martes en la biblioteca: “La prensa y el cómic satírico en España desde sus inicios a la actualidad”.

La charla

Previamente tuve la suerte de coincidir con Barry en ese proyecto que se llamó Ciudad Real digital, y he de decir que por una vez se echan de menos los tacos de almanaque. Incluso llegué a hacer una colaboración cruzada llamada los misteriosos vasos de cerveza, de la que él era protagonista. De esa época atesoro su amistad y sus destellos de inteligencia gráfica, que es precisamente el contenido de la conferencia.

Ilustración de «Los misteriosos vasos de cerveza», José Barahona (Barry)

Porque el comic satírico es una extraordinaria fotografía de la sociedad en España los últimos siglos. Tal y como demostró Barry, no hemos cambiado nada (es para echarle una pensada larga). Las preocupaciones, las quejas, la sorna e incluso la sátira de dudoso gusto se repiten y tienen los mismos protagonistas: reyes, curas y políticos. Nos quejamos del precio de las cosas, de los privilegios de los poderosos, del abandono de los pobres… Al final, esto va de que los poderosos, una vez llegados arriba, se aprovechan de los de abajo. Cambie usted derecha e izquierda por liberales y conservadores, carlistas y anarquistas, partidarios de la ilustración o de la restauración. Aquí siempre ha habido dos lados de la calle independientemente de las etiquetas, que polarizaban a la gente para tenerla encabronada mientras sus jefes y sus dirigentes se dedicaban a pegarse la gran vida ¿Les suena?

José Barahona describe brillantemente, con la precisión y bendita economía del que tiene que contar una historia en una viñeta, las diversas publicaciones: desde octavillas o libros simples, hasta revistas o folletos con ilustraciones sorprendentemente barrocas y de contenido casi pornográfico permitidos (es un decir), hace más de un siglo. Portadas censuradas -en el 2007, esto no es del siglo pasado-, o atentados con muertos por esgrimir esta libertad de opinión, nos sitúan en los días presentes, en los que el formato parece que cambia, como todo, a lo digital.

El rey en su trono; perdón, el artista; perdón, el humorista gráfico… coño, Barry, no se ofendan

Y en las preguntas tras la exposición, se desata la tormenta que nos genera en la cabeza. ¿Hay ahora menos libertad de prensa satírica que antes? Clarísima respuesta. Se pone de manifiesto que actualmente está todo encorsetado y con una serie de tabúes que hacen que las manifestaciones actuales sean demasiado monótonas, uniformes y basadas en el humor grosero, zafio, pero de poco calado, simple, sin filo, políticamente chupi guay. De fogueo. Esto está en línea con el público actual, y empezamos a enumerar antes de acojonarnos, los problemas que vislumbramos -entre ellos la rebeldía- de los (iba a decir lectores, perdóneme), jóvenes. Mal futuro cuando se añora el humor inteligente.

Interesante reflexión, una horita bien aprovechada. La labor de submarinismo de Barry ha sido impresionante, merecedora al menos de una gira mundial de charlas y, por supuesto, de un libro. Joe, caigo en la cuenta de que nos has hecho hablar casi de filosofía o de los problemas del mundo partiendo del comic satírico… ¿A ver si va a ser eso?

El combustible del futuro, o simplemente el futuro

EL TEBEO DEL PASTOR

El niño recorre las vías del tren buscando trozos de carbonilla para malvender a los de la fragua, sin quitar los ojos de las ovejas que pastan en la linde. Lleva cuidando el rebaño desde los 6 años. Quizás haya suerte y encuentre una peladura de naranja. ―Jo, o un caramelo, ¡Cómo sería encontrar un caramelo!―. Desde lejos vislumbra algo arrugado y colorido. ―¡Un tebeo!―. De Roberto Alcázar y Pedrín. El chico no sabe leer, pero percibe que hay un mundo encerrado en esas hojas que contempla absorto.

Aquellas páginas lo atrapan en un torbellino de países exóticos y promesas de aventuras. Las guarda celosamente en una raída caja de cartón en el morral junto a sus otros tesoros: un botón, unas piedras de cuarzo y el viejo escapulario de su madre, su único recuerdo. Nadie sabe cómo, pero el pastorcillo aprende a leer por sí mismo, interpretando los signos de los dibujos como huellas de animales en el barro, hilando letras e historias como se sigue el rastro de un jabalí. Descifra las letras en miles de ratos placenteros en los que cuidando el ganado saca con sigilo el tebeo del morral. Su recompensa tras una interminable jornada de trabajo consiste desde entonces en ir al escondrijo y descubrir el sentido de las palabras, a la luz de un candil o una vela de sebo.

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Y conoce lo que es la decepción. La incomprensión. La envidia de los que te rodean y empiezan a verte como una amenaza, o simplemente diferente. El tebeo arde en la lumbre del cortijo entre las carcajadas de los otros pastores que se ríen de sus lágrimas. Es una debilidad, algo no permitido para un huérfano de una España sumida en la miseria de la posguerra. Pero ellos no saben que la débil luz que emite el tebeo antes de arrugarse, negro, entre las llamas de los troncos de encina, le va a iluminar toda la vida.

Porque todos los pastores saben que tras el invierno y la ventisca llegará la calma, que las presas vuelven siempre a los abrevaderos. Así, por casualidad, un día que va a vender queso a la plaza del pueblo descubre la biblioteca municipal.Aquí es donde están todos los libros―, se dice boquiabierto. El silencio de la sala es fantástico, relajante. Huele a polvo, a cuero viejo, a libro. Fascinado, desliza la mirada sobre los gigantescos lomos verdes de la enciclopedia Espasa, como si viera un bosque de árboles perfectos. Después de cinco minutos cae en la cuenta de que está allí para entregar un encargo a la bibliotecaria, Mise, que lo mira con una mezcla de sorpresa y ternura.

El pastor finalmente cobra el queso y, turbado, se da la vuelta, pero no puede abandonar la biblioteca. Quiere esperar un rato más antes de regresar a su vida. Mise le sonríe con sus ojos claros y le tiende un libro infantil. El chico se contempla las manos encallecidas y sucias, sintiéndose terriblemente avergonzado, indigno de lo que ofrecen, pero mirada y libro le siguen apuntando. Apoyándose en la sonrisa de la bibliotecaria, se restriega fuerte las palmas en los pantalones y coge el libro temblando. Lo abre acariciándolo con las yemas de los dedos. Ya está hecho.

Ese día solo vendió un queso. La paliza del mayoral no importó, sobre todo cuando agazapado en el refugio al calor tibio del pelaje de Diana, su perrilla, sacó del zurrón el libro y aspiró de nuevo su olor.

Desde entonces vendió muchos quesos, porque le interesaba frecuentar la plaza del pueblo y su biblioteca. La lectura se convirtió en un hábito, y el zurrón era cada vez más pesado y voluminoso. A medida que leía notaba que la cabeza le bullía, que era más inquieto. Pero que cuando se sosegaba era un poco más prudente, más tolerante. Más sabio. A lo largo de esos años cazó animales salvajes junto a los personajes de Hemingway. Convivió con los peculiares habitantes de los pueblos manchegos de García Pavón y cabalgó a lomos de un asno, acompañando a caballeros soñadores que luchaban contra gigantes. Viajó a pueblos fantásticos como Macondo, sorprendentemente familiares. Comprobó que los lobos de la estepa aúllan como los de la meseta, sobre todo cuando lo hacen desde dentro del alma. Descubrió como Siddhartha que el sentido de toda una vida y de la vida misma consistía en sentarse a escuchar al río. Todo. Todo se despliega ante sus ojos a través de la pequeña ventana que sostiene entre sus manos.

La ventana mágica

Y entonces decide que quiere estudiar. Sorprendentemente sus compañeros lo apoyan. Se da cuenta que todos conocían su secreto y que le cubrían durante los ratos de lectura. Ya no es una amenaza. Se ha transformado en un hombre de quien pueden estar orgullosos. Mejor que ellos. Y en la miseria se apoya al que manifiesta un don, porque es la única forma de ser recordados. Es la ley de los pobres, aquella en la que los libros son sustituidos por relatos al calor del fuego. En las que los ancianos son las únicas bibliotecas, donde el único legado posible se transmite de forma oral. Todos los del cortijo saben lo que deben hacer. Por una vez en la vida todos los vientos le son favorables.

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Decían que era imposible que un pastor sin formación se metiese en la cabeza esos enormes libros que había que estudiar para las pruebas de acceso. Se equivocaban. Los personajes de los libros, los libros en sí mismos le daban una tranquilidad y un empaque desconocidos para él hasta ese momento. Efectivamente era una persona diferente. Lo más difícil fue dar el primer paso. Lo más difícil fue querer hacerlo. Decían que era imposible trabajar con las ovejas y estudiar. Se equivocaban de nuevo. Siempre hubo un amigo que le daba una palmada para despertarlo cuando caía rendido o le hacía café de puchero y apagaba un ascua en él antes de ofrecérselo. Que acercaba la vela para que viera mejor. Incluso Diana le animaba, entre lametones cariñosos y silencios respetuosos de aprobación perruna. Se equivocaron, del todo. Porque el sueño del que le despertaban era premonitorio. Hablaba de una vida mejor, de acceso a la educación. De poder enseñar a tus hijos la cultura que tú aprendiste, para que no les engañe nadie. Hablaba de escuelas y Universidades públicas, de progreso. Del poder de la palabra. Del poder de los libros. De tebeos y de bibliotecas. Era un sueño sobre libertad.         

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Casi rector (un candidato todo corazón)

Pocas veces en la vida tienes la certeza absoluta de que una persona aspira al puesto que realmente merece. Esta es una de ellas.

Escribo esto para haceros partícipes de la mezcla de sensaciones que tengo cuando me entero de que un amigo y compañero de cosas científicas de toda la vida, se presenta como candidato a rector en la Universidad de Cádiz. No puedo opinar de los otros aspirantes, -como científico describo lo que veo, no invento-, yo solo os quiero hablar de Casimiro Mantell.  

Peaso de candidato

Casi es una persona muy especial, por eso lo de la certeza absoluta. Lo conozco de compartir penas investigando juntos cuando éramos becarios en la uni. Os aseguro que ese territorio comanche saca lo mejor y lo peor de ti, y te permite conocer de verdad a las personas, como en pocas otras situaciones te permite la vida. Quizás en la antigua mili, o en esas jornadas de penurias o de guerras en las que el compañero que tienes al lado se convierte en algo más que familia, porque lucha a tu lado. Si no lo entendéis ya, no os esforcéis, no lo vais a entender nunca.

casi rector
Lo importante

Descubrí una persona con una pasión desmedida puesta en cada una de las cosas que hace. Y eso en un tipo tranquilo y grande, con ese puntito salado de ironía y de fino humor. Vamos, que eres de Cádiz se ve desde Ciudad Real. Fuiste el primero que me transmitió el amor -vamos, la locura-, por un universo desconocido para mí hasta entonces: el carnaval. Recuerdo las jornadas de laboratorio con las semifinales puestas en la radio a todo trapo (Antonio Martínez es una religión). Había que saber prestar atención a un giro de la música, a un detalle: eso es precisamente la ciencia. También me dijiste que hay veces que un quejío lleva semanas de ensayo, pero por eso hace que en el momento adecuado explote la carcajada o se te llenen los ojos de lágrimas: eso es la excelencia que tanto buscamos en la universidad.

Excelencia

Me enseñaste el mejor márquetin y filosofía de gestión con aquella noticia del periódico, en el que, para protestar del bache en la rotonda de acceso al campus, los vecinos habían hecho la fiesta de primer cumpleaños del socavón. Siempre andabas con tantas preocupaciones por hacer bien las cosas y por no tirar mal los residuos de los experimentos… Por todo eso ya sé cómo eres. Lo de los ocho años de gestión en el rectorado (4 de ellos de vicerrector), o en el departamento ya me parece lo de menos, aunque sea lo de más.

Ser osado, atreverse

No sé si será bueno para tu tranquilidad, pero para la universidad vas a ser un lujo. Porque conozco el percal de los locos soñadores, y ahora hacen falta a espuertas personas como tú. De los que curramos en lo que nos gusta, da igual que a veces se aprovechen de nosotros porque disfrutamos trabajando y no especulamos con las horas o los sentidos. Como dijo Lope, el amor es así, el que lo conoció lo sabe. Buena suerte amigo; o mejor dicho para los buenos: buen viaje. Tú sí nos escuchas.

Historia de un triciclo

Esta es la historia de un triciclo, de una cuesta y de una forma de entender la vida. En concreto una que se identifica con el ciclismo. Porque esta es una historia de ciclistas.

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Durante mucho tiempo, en la salida de Valenzuela hacia Granátula de Calatrava, justo al final de la primera subida, podías encontrar en el arcén un viejo triciclo de plástico. Este estaba inservible, viejo y descolorido por el sol. Pero era un símbolo de buenos tiempos pasados. El desvencijado artilugio siempre estaba allí, al final de la cuesta. Los ciclistas lo asociábamos a una alegría, porque cuando alcanzabas a verlo significaba que habías acabado la subida. Al menos otro día la habías podido con ella. Del uso frecuente como referencia llegó a alcanzar popularidad y respeto entre viandantes y ciclistas que, por supuesto, bautizaron aquella modesta subida como la cuesta del triciclo.

Y fue famoso y respetado, puesto que como todas las tradiciones que se propagan boca a boca, el viejo juguete era perdonado por limpiadores de cunetas, mimado por ciclistas o viandantes en general y por gamberros en particular. Tal es así que se empezó a colocar derecho cuando el viento lo vencía contra el arcén, o se le excavó una pequeña hornacina en la tierra para que estuviera protegido del agua. Hasta un amigo le fabricó un cartel de madera en el que quedó definitivamente escrito el topónimo por el que era conocido.

El triciclo en su emplazamiento

Pero como todas las cosas que alcanzan notoriedad empezó a sufrir envidia y celos. Un día alguien tiro el cartel al suelo. Sin embargo, como los ciclistas somos pacientes y constantes, mi amigo se llevó en la bici un pesado martillo para clavar el astil más de veinte centímetros en la tierra. La solución duró un tiempo hasta que volvió a aparecer en el suelo. Entonces no hubo más remedio que ir en coche al sitio con esportilla y herramientas para hacer un buen cepellón de cemento, como Dios manda. Durante un tiempo funcionó la solución, pero poco después el triciclo desapareció de su sitio.

Parece una tontería, pero nos dio pena a muchos que le habíamos cogido cariño, y lo echábamos en falta cada vez que coronábamos aquella pequeña cima. ¿Qué mal podía haber hecho el juguete para tratarlo así, entreteniendo a niños cuando sus colores brillaban y alegrando la vista a deportistas y viejos ciclistas en su postrera vida? Aquellos para los que se había convertido en un símbolo.

El espíritu de los viejos ciclistas

Pues esta historia no acaba aquí, porque os he dicho que era un símbolo, y estos son eternos. Esta semana mi amigo, el del cartel, me mandó una foto sonriente con otro triciclo viejo que había aparecido en el emplazamiento exacto del anterior. Quién sabe si un regalo de algún pequeño que acababa de cambiar triciclo por bici con ruedines, o algún milagro menor de un santo de los de infantería, de los gregarios del santoral, de los que conocen lo que va esto de hacer de aguador para que otros brillen. De los que te ofrecen su rueda y te dan un empujón con sus últimas energías antes de caer desfallecidos. Los que te dan la última barrita que tenían reservada o los que te regalan esa bici que acabaron de colgar por el placer de que ella siga corriendo, aunque tú no puedas. De los que saben que la vida es como aquella cuesta, que empieza y acaba con las tres ruedas. En definitiva, de aquellos que no se rinden nunca.

La sorpresa (quizás no inesperada)
Una historia de ciclistas
El nuevo triciclo. EL REY EN SU TRONO

Los constructores de utopías

Retorno a la escritura para volver a nuestra cita como lo hace el curso del Guadiana, ese rio manchego que aparece y desaparece misteriosamente. En mi caso mis muchos recovecos son causa de docencia e investigación, trabajos para la Agencia Europea y mi segunda vida como superhéroe invisible que empuja una silla de ruedas. Pero eso es otra historia.

Haciendo planes

La de hoy merece la pena. Huele a sol, a playa. A mar, a algas. A sal y a futuro. Sobre todo, a futuro. Porque he tenido la suerte de conocer a unos locos apasionados por lo que hacen, como yo. Forman una familia, el Instituto Tecnológico de Canarias, en un paraje azotado por fuerte viento de surfistas. En Pozo Izquierdo, Las Palmas.

Decía mi amigo cubano Amaury (su isla tan parecida a esta en construcciones, gracia en el acento y entusiasmo al hablar), que los pueblos se deben regir simplemente por el corazón de los hombres. Y este grupo de investigadores, liderados por Gabriel, Eduardo y Raúl, parecen perseguir esa quimera sin descanso.

Eduardo y Abenchara

Presentan un proyecto dentro de una línea de biotecnología que pretende aprovechar las microalgas para obtener productos de alto valor añadido. Ahí es donde entro yo con los fluidos supercríticos. Pero este proyecto es solo un grano de arena más de su sueño. Persiguen construir un centro integral para ofrecer toda la gama de servicios a empresas, de forma que sea posible una cadena en la que el residuo de una pueda ser empleado por la siguiente como materia prima. Cerrando un círculo ecológico, respetuoso con el medioambiente. Tienen como ejemplo uno de Hawái, que tiene dársenas para traer y distribuir productos, energía, agua, técnicas y máquinas para transformar los peculiares recursos de esta austera tierra. Os imagináis que tirar un gaseoducto de 4 km desde una térmica cercana no es fácil ni barato, empezando por permisos administrativos. Pero estos jodidos lo van a conseguir. 4 fases. Gabriel nos comenta la estrategia de partir en trozos los proyectos para pedir poco a poco los fondos, como la gota a gota que al final horada la roca. El proyecto gigante de una vida, ese que la justifica en lo profesional.

Colorantes naturales para alimentos

Eduardo habla sobre el proyecto como responsable de Biotecnología y te das cuenta de que es un visionario. Habla de nulo impacto ambiental, tal y como vivían los guanches, de cerrar el círculo. De vivir de los recursos sosteniblemente. Habla con una fe ciega en su proyecto, con la determinación en los ojos de un loco o de un soñador, de un enamorado. Y te arrastra hacia un mundo utópico.

La mirada

Te das cuenta de la veneración que desata entre propios y ajenos, transformado en un chamán, que habla de una misión más que de un trabajo. Algo religioso. Como cuando acaba diciendo: Si no hacemos esto, ¿Qué le vamos a dejar a nuestros nietos?

El legado

Raúl derrocha entusiasmo a ritmo de son con ese deje tan peculiar. Abenchara, como quien no quiere la cosa, hace posiblemente la presentación con mejor estilo que he visto en mi vida. Begoña habla apasionada en su gran viaje desde el lejano Bilbao. Todos los chicos acometen cada tarea con una determinación y una felicidad desbordante y contagiosa. Parecen felices, pero es que son felices en realidad, algo que en la ciencia y en la transferencia es muy difícil de encontrar hoy, os lo aseguro. Y ese fuego contagia e inflama a administraciones locales, Cabildo, a todos para querer ser parte de esta historia.

Ponentes de las jornadas

Os decía que esto es solo una parte. El resto de los proyectos (ya realidades), son algas de uso alimentario adaptadas al 100% a ese ambiente, biopolímeros que se facturan a todas partes del mundo. Prótesis de titanio generadas por impresión 3D a partir de los datos a medida de tu escáner. En dos semanas, mejor que un sastre. Y tantas y tantas cosas que se pueden soñar… Recuerdo vuestras caras, vuestros ojos con todo un mar dentro repleto de recursos y de sueños.

Como dije en la jornada, me encanta la frase colofón del pabellón de la navegación que leí en la expo-93: “Constructores de inútiles utopías, gracias por mover el mundo…” Porque el primero que soñó en navegar, en volar o en llegar a la luna fue considerado un loco, pero pese a ello siguió luchando por aquella quimera. Hoy vosotros recogéis el guante del siguiente desafío, el de una tierra sostenible. Y todo tiene pinta de que lo vais a conseguir. Gracias, amigos. Os necesitamos.       

Construyendo la utopía

Año nuevo, hijos de puta viejos

Los que empujamos habitualmente una silla de ruedas tenemos una perspectiva de la realidad diferente. Nos fijamos mucho en el suelo y en ciertas cosas que se supone que deben estar para facilitar la circulación de personas con movilidad reducida, los viejos o inválidos de toda la vida. Somos la prueba del algodón de cómo hemos evolucionado como sociedad.

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Uno de los mayores hallazgos de la arqueología es el descubrimiento de un homínido con un fémur fracturado que murió mucho después de la rotura. Ese hecho constituye un hito en la evolución, porque es la primera evidencia de comportamiento social, de valores comunes y superiores que se preservan.  El hueso indica que hubo gente (digo gente, no animales) que se organizó grupalmente para aportar ayuda a un individuo improductivo para sobrevivir. Asumiendo cada miembro su parte adicional de tarea para que eso sea posible. Eso es una sociedad con valores. Bueno, pues exagerando un poco, solo un poco, el del fémur roto lo tendría jodido actualmente, porque hoy vamos cada uno a nuestra puta bola.

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Estoy harto de resaltos inaccesibles cuando llevo a mi madre en el carrito. Prefiero una pista americana a dar un paseo por Ciudad Real evitando bordillos, socavones, impactos de metralla de la guerra o esas baldosas que piden una ortodoncia a gritos. Esas que casi matan a una señora en el parque y de las que hablé hace tres años aquí: (baches asesinos y otras formas de exterminio). Esas mismas que todavía hoy siguen sin arreglarse y que nos van a sobrevivir y a matar a todos.

Baldosa asesina del Parque Gasset en fase de arreglo (da igual cuándo leas esto)

Pero eso no es lo peor. Lo peor es la pasividad y la falta de civismo de la gente. Los listos que aparcan en mitad de los pasos de peatones bloqueando el acceso. Y si recriminas algo te dicen que están trabajando. Como aquel con el que me encaré en la ronda tras tener que sacar el carro fuera de la acera bloqueada, al asfalto precisamente cuando venía un coche de frente sin darme cuenta. Por supuesto que tienes derecho a trabajar, pero creo que hay unos códigos superiores, y cuando te pido que apartes el coche no debes refunfuñar, o comprender mi enfado y que te haya escrito HP en el cristal. Reconozco mi incorrección, pero imagina lo que hubiera hecho si hubiera tenido tiempo (la mala leche y las ideas que esta me dicta me sobran), si atropellan a mi madre por tu culpa. Imagina si cada uno hacemos de verdad lo que nos da la gana.

Por lo menos invita, hombre.

Imagina lo que se siente cuando al pasar un bache tu madre grita de dolor por alguna hernia de la espalda porque has tenido que cruzar por otro sitio más accidentado que la rampa que bloqueas. Imagina lo que es ir esquivando mierdas de perro que no eres capaz de recoger porque tú lo vales. Lo triste que es circular sobre cientos de colillas, papeles, mierda de todo tipo porque te la pelan los demás, sin darte cuenta de que en esos demás estás tú también. Imagina lo que siento cuando ninguno del grupito de jóvenes me cedéis el paso llevando la silla (no digo ya el interior de la acera), porque estáis distraídos mirando el iPhone recién comprado con los ahorros de todo el año de mamá de limpiar escaleras, o con la herencia de la abuela. Que si no os lo compran liais un pollo en casa tremendo. Cuando no miráis ni os preocupáis al cruzaros con una señora mayor y le dais con el codo en la cara. Los nenes que cuando pasa el revisor se quitan la mascarilla, ponen los pies en el asiento o bloquean el paso del AVE con el patinete, todo en una misma foto.

Porque yo lo valgo

Nos esperan tristes días, sobre todo a vosotros. Y lo peor de todo es que os entiendo. Intento ser tolerante, sobre todo con los que trabajan y que van pegados de tiempo sin que sea culpa suya. Estoy seguro de que el primero que la cago soy yo en múltiples ocasiones, que la culpa es de la sociedad loca. Pero a eso es a lo que voy: que la sociedad somos todos y que creo que son los valores de esta sociedad los que nos permiten sobrevivir. Y que tal cual estamos, amigos, esto se va al carajo. Reflexionemos, cambiemos de valores, busquemos y purguemos culpables (interesante tema) y volvamos a pensar en el grupo, en la manada, en el pueblo o en la familia. Dejemos de comportarnos como hijos de puta egoístas, porque si cada uno hiciese lo que le da la gana, posiblemente ni tú ni yo estábamos vivos.

Otra vez por mitad de la calle…

P.S.: Pido disculpas si he herido la sensibilidad de algunos, no lo pretendía en absoluto.

P.S. 2: Obviamente las fotos no tienen ninguna relación con el texto, para los suspicaces.

La última navidad, la última patria

Reflexiono sobre esta década y no puedo evitar compararla con la del siglo anterior, aquella que se describió como los “locos” años veinte. Los pasados fueron una época de ilusiones y de modernidad en la que un mundo en franco desarrollo acababa de eclosionar.

Es curioso, pero esta mirada atrás, enfocada sobre los mismos tiempos y personajes la repetí unas navidades en la Habana en casa de los padres de un amigo. Este no podía pasar la navidades con su familia, pues se había quedado en España para trabajar buscando progreso, y fue castigado con no poder regresar a su patria durante cinco años. Dado que yo hice una pequeña estancia allí, aproveché la ocasión para servir de correo con sus padres -entre otros- y agradecí la sincera invitación de éstos a una comida.

Habana años 50

He de reconocer que disfruté con la compañía y la interesante charla de los progenitores, dos personas amables y cultas. La ocasión fue más que amena, dado que pude aprender que todo va más allá de un presente circunstancial, y que las personas y los países tienen una historia digna de recordarse y con tendencia a repetirse por desgracia. Durante la sobremesa el padre me contó la historia de su familia, que precisamente se remontaba a los años veinte del siglo pasado en los Estados Unidos. Fue la suya una familia cubana de origen español, que vivía plenamente unos progresos inacabables: no en vano a Cuba llegó la televisión o el ferrocarril mucho antes que al resto de países de un mundo empobrecido, entre ellos España. Este hombre, al igual que su padre, trabajó como ingeniero en Nueva York y luego en Miami para recalar finalmente en la Habana en los años 50. Tuvo dos hijos y una enorme familia de tíos y primos que tenía la costumbre de festejar la navidad aprovechando el cálido clima caribeño, en la casa familiar del Vedado. Recordaba con entusiasmo reuniones de más de cincuenta personas, donde la gente se agrupaba por edades, se cantaban villancicos y se contaban cuentos oriundos de un lejano país llamado España del que los abuelos hablaban con emoción. Siempre había ruido y niños jugando, petardos y peladillas. Al final se hacía un gran silencio ceremonioso y todos se abrazaban, brindaban y llegaba el gran momento esperado en el que los abuelos daban el aguinaldo a los pequeños.

Celebración de los años 50. Cuando éramos reyes.

Pero todo cambia con el tiempo, y mediada la década de los 50 vino la revolución y con ella otra etapa donde cada vez resultaba más difícil reunir en la mesa a la parte de la familia que vivía en Estados Unidos. En aquella época el padre de mi amigo trabajaba para la prestigiosa embotelladora de agua carbonatada Montepellegrino, que posteriormente fue nacionalizada. Luego las cosas fueron a peor, llegó el bloqueo americano y los que permanecieron en la isla sólo ocupaban ya la mitad de las sillas. El momento álgido coincidió con el desmembramiento de la URSS y el denominado periodo especial. Las reuniones de navidad empezaron a ser tristes por la añoranza, la falta de noticias de los ausentes y por las serias necesidades que acarreaba la grave situación política.

El cambio

Los ruidos y festejos de la enorme casa indiana del Vedado fueron menguando lánguidamente hasta el final de la historia, del cual yo fui partícipe sin saberlo. Aquella navidad sólo permanecíamos en la casa los padres y yo mismo, porque sus dos hijos estaban en España y no podían regresar. Con un nudo en la garganta, brindé con ellos con un buen vino español, un caro regalo que trajo su hijo la primera vez que vino de España, una que pudo regresar, y que tenían reservado para una gran ocasión. Al descorchar la botella supe que no esperaban más ocasiones especiales.

La barca de las ocasiones especiales

Pensé entonces y pienso ahora en las historias tristes, que tienden a repetirse. En las ilusiones que se desvanecen. Pero recuerdo la mirada oscura pero entera del hombre al brindar y la que dedicó a su mujer, que chocó con nosotros una copa de agua carbonatada. Una mirada que no se rendía. Y asumí ese brindis con todas las consecuencias y con la misma actitud vital. Porque mientras exista un familiar a tu lado para brindar con o sin vino y quizás recordar a los ausentes, habrá una familia. Mientras exista alguien que luche a tu lado, mientras permanezca un soldado en pie, siempre existirá una patria. Y en épocas en las que merman los números y quedan muy pocos que se reagrupan, al menos hay una ventaja. Las ratas y los cobardes se desenmascararon y abandonaron el barco hace tiempo. Y con los pocos que quedan siempre merece la pena brindar y seguir luchando. Hasta el final.

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